Opinión
Ensayo general
La necesidad de los pactos tras la dispersión de los votos está propiciando el reagrupamiento de las fuerzas a derecha e izquierda. Todos los partidos hacen de la necesidad virtud en esta desaforada lucha por el poder. Se pelea cada parcela del mismo sin renunciar al apoyo de socios considerados incómodos. Eso le va a pasar a Pedro Sánchez en la investidura, que depende necesariamente de un puñado de votos sospechosos, y eso les está pasando a Casado y Rivera, sobre todo a este último –a la fuerza ahorcan– obligados a dar carta de naturaleza a Vox si quieren obtener sus objetivos.
En este proceso asistimos como la cosa más natural a la conjunción de las fuerzas de izquierda, PSOE y Podemos, que hace menos de dos años parecían incompatibles. Ocurre lo mismo en el otro lado de la mesa: el PP y Ciudadanos, después de un tiempo enseñándose los dientes por la hegemonía, están demostrando una voluntad inequívoca de unir fuerzas y gobernar juntos allí donde puedan. Como consecuencia de todo esto, regresamos, en la práctica, después de la dispersión, con el surgimiento y el fracaso de los nuevos partidos, a la fórmula del bipartidismo, todo lo imperfecto que se quiera, bajo las coordenadas derecha-izquierda, como siempre. Y eso que las viejas ideologías vertebradoras –Democracia Cristiana, Socialdemocracia– han ido diluyéndose y perdiendo sus señas originales.
Lo que está pasando puede ser un ensayo general de la representación política que viene. Me refiero, sobre todo, al reajuste de las fuerzas del centro y la derecha. Por primera vez el Partido Popular y Ciudadanos van a gobernar juntos en numerosos Ayuntamientos e importantes Comunidades. Ya cuentan con el precedente andaluz. Puede ser una experiencia con futuro. Para ello han elaborado programas conjuntos, sin demasiadas dificultades, y acordado un equitativo reparto de cargos. Han comprobado en estos sucesivos comicios acumulados que la unión hace la fuerza. Lo de Navarra ha sido un buen experimento. Sólo con fórmulas parecidas podrá recuperarse, sin ir más lejos, el Senado. Caso de que en una primera etapa no se llegue, como sería deseable, a la unificación completa de las fuerzas de centro-derecha (conservadores, democristianos, liberales y social-liberales), no sería un disparate pensar en candidaturas conjuntas allí donde una de las dos fuerzas carezca de implantación adecuada y la otra sea dominante; por ejemplo, Cataluña, el País Vasco o Galicia. También sería razonable y positivo contar, en esta gran alianza, con fuerzas regionalistas de centro-derecha. Estamos ante la gran oportunidad de reconquistar el poder y, sobre todo, de recuperar la lógica política y el prestigio de las instituciones.
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