Opinión

El difícil arte de la aritmética

En condiciones de fragmentación electoral como las vigentes desde hace unos años en España, gobernar requiere dominar la aritmética parlamentaria para poder aglutinar los votos necesarios en cada decisión. Cuando de lo que se trata es de la investidura, ese arte se torna aún más difícil, pues ya no es el interés específico de un determinado proyecto legislativo el que cuenta, sino que se ponen en juego los principios ideológicos y las inclinaciones generales de los partidos y de sus electores. Es lo que ahora estamos viendo con los, de momento, infructuosos intentos de Sánchez por hacerse valer en la presidencia del gobierno.

Que su grupo parlamentario es insuficiente es obvio; y que el menú de participantes en su investidura es demasiado estrecho, también. Ello es así porque sólo puede sumarse lo que es homogéneo y esto, en política, es siempre sutil. Sánchez, si mira a la izquierda, necesita a Podemos –al precio de compartir el poder– y puede reunir en torno suyo a algunos partidos pequeños que representan intereses regionales –Compromís y el PRC– que pueden satisfacerse con el capítulo de inversiones de los presupuestos, y también el PNV –cuya agenda vasca es más compleja y entra, sin prisas, en el terreno de la organización territorial–. Pero eso es insuficiente y completarlo con Coalición Canaria y NA+ parece tarea imposible por su heterogeneidad ideológica con el socio secundario. Sánchez también puede mirar a la derecha, al PP y a Ciudadanos, como ha hecho solicitando un apoyo gratuito. Ha recibido la negativa en ambos casos, pero no puede ocultarse que Ciudadanos está siendo fuertemente presionado por su entorno intelectual para que acepte. Ello sería soportable, como mal menor, si el presidente fuera una persona fiable y previsible. Pero a Sánchez no le adorna ninguna de esas dos virtudes, con lo que la vía PSOE-Cs sólo sería factible si hubiera un meditado y prolijo acuerdo, casi imposible, entre ambos partidos para compartir el gobierno. Y queda la opción de que Sánchez, con sus ministerios repartidos con Podemos, se eche en manos de los independentistas catalanes y vascos pagando el elevadísimo precio de deshacer la herencia del sistema constitucional de 1978.

Como el lector comprenderá, esto de la aritmética es un arte difícil que, a veces, se torna imposible. Rajoy lo logró amparado en la sombra de una segunda repetición electoral, tal vez porque su política era inveteradamente unidireccional y él era predecible y leal a sus compromisos. Pero no olvidemos que se le desbarató todo en aquella tarde en la que la totalidad de los oportunistas se conjuró para formar el «gobierno Frankenstein».

Es precisamente la experiencia de este último la que desveló a un Sánchez arribista, carente de principios y políticamente irregular; en una palabra, a un hombre indigno de confianza. Por eso me temo que ahora la amenaza de una nueva ronda electoral no va a ser suficiente para que a Sánchez se le deje gobernar. Pero quede claro que mi recelo no es un vaticinio, pues en política, de repente, lo retorcido se torna derecho y lo frágil robusto, mientras la aritmética se hace evanescente