Opinión

El fraude al desnudo

Hace un tiempo distinguidos amigos, a uno y otro lado del Atlántico, me expresaron su alarma ante el libro Imperiofobia y la leyenda negra de Elvira Roca Barea. Los judíos contemplaban horrorizados que tuviera el descaro de defender instituciones tan viles como la Inquisición mientras el integrismo más casposo le brotaba por los cuatro costados. Los historiadores de profesión insistían además en que era bochornosa la manera en que falseaba la Historia de América y de Europa. Varias voces me pidieron que examinara el texto y escribiera una refutación. Lo leí y, sinceramente, me pareció un excremento envuelto en bilis e ignorancia. Quizá si yo hubiera seguido viviendo en España y la autora no fuera una señora mayor habría escrito algo, pero con las mujeres pasadas de años me pasa como con los niños, que por muy brutos que sean, por educación, prefiero dejarlos a su aire. Con todo, existe una justicia cósmica y el catedrático José Luis Villacañas ha escrito una magnífica obra –Imperiofilia y el populismo nacional-católico– en la que tritura a Elvira Roca como a una panfletaria de ínfima condición. Que lo mismo se apunte a Ciudadanos que se ofrezca a escribir guiones de cine es lo de menos. Lo peor es su ignorancia supina de la Historia, su desconocimiento asnal de las fuentes, su fanatismo anti-protestante, su defensa bochornosa del Santo Oficio, su carencia absoluta de base documental, su encadenamiento de un error históricos tras otro –llega a culpar a Lutero de obras anti-españolas tras 1580... ¡nada menos que cuando ya llevaba varias décadas muerto!– su dogmatismo procedente de libelos o su inepcia sobre los cronistas de Indias. Elvira Roca no pasaría un examen de Historia salvo que lo leyera Torquemada, pero, como muy agudamente ha señalado Villacañas, le trae sin cuidado porque realmente ni la conoce ni le importa. De lo que se trata es de sustentar una versión falsa e interesada del devenir español situado en el yunque e impuesto a martillazos de deplorable demagogia. Lo sobrecogedor no es que la señora Roca sería enviada a septiembre por cualquier catedrático que se preciara; lo más lamentable es cómo debe estar España de desquiciada para que haya personas que se abracen a semejante fraude. Al final, es otra muestra de ese pecado tan español de cerrar los ojos ante la verdad y preferir cargar a un tercero las culpas propias.