Opinión
El Estrecho de Ormuz
Los dos atentados a los petroleros del pasado día 13 en el Estrecho de Ormuz, unidos a otros cuatro en el fondeadero de Fujairah (en Emiratos) de mediados de mayo y a otros ataques contra oleoductos saudíes e instalaciones petrolíferas en Irak encajan en un cierto plan ofensivo de bajo nivel contra la exportación de petróleo y gas natural árabes. Este nivel de ataques parece deliberadamente diseñado por entidades iraníes para amenazar, pero no interrumpir de momento, la exportación energética procedente de los países del Golfo Perico. Pero existe un claro riesgo –si no se afronta a tiempo– de que puedan incidir en los precios del crudo y el gas natural con efectos, de graves a catastróficos, para la economía mundial que no muestra últimamente unas expectativas esperanzadoras.
¿Qué debería hacer la Unión Europea (UE) –y España en particular– ante una situación no provocada por nosotros pero que puede llegar a afectarnos seriamente? El objetivo de esta Tribuna es dar unos brochazos sobre cuál podría ser una respuesta con independencia de aquello que haya podido provocar la reacción iraní. Sea cual sea la sensación iraní de injusticia ante el abandono unilateral por parte de la administración Trump del pacto antinuclear no es admisible que haya escogido unos procedimientos terroristas que amenazan la estabilidad mundial para mostrar su ira. Es decir: si yo no puedo exportar mi petróleo, ningún árabe sunita lo hará tampoco. Forzados los europeos a escoger entre los EEUU e Irán no nos queda otra solución que elegir a los primeros sea cual sea nuestro juicio moral sobre Trump y sus tácticas. En cierto modo la ilegal y desproporcionada respuesta iraní está justificando una contribución europea para mantener protegido el tráfico marítimo por el Golfo Pérsico y muy especialmente el tránsito por el Estrecho de Ormuz su punto más vulnerable.
Pero que participemos en esta protección marítima del tráfico neutral no significa que no podamos mostrar nuestras reticencias ante la conducta que ha provocado esta crisis. Si la contribución europea se hace en paquete –y no por naciones aisladas– podremos intentar mantener un cierto grado de independencia. España lidera un Cuartel General Operacional de nivel estratégico en Rota desde el que se dirige actualmente la Operación Atalanta de la UE en el Océano Indico. Este Centro podría fácilmente mandar simultáneamente la escolta europea al tráfico marítimo en el Estrecho de Ormuz y sus accesos. Podría servir también para coordinarse con los buques y aeronaves norteamericanas de la 5ª Flota y las contribuciones marítimas chinas, japonesas, coreanas (del Sur) o de cualquier otra nación que vea amenazada su abastecimiento energético. La 5ª Flota norteamericana cuyo Cuartel General está en Bahrain podría ser el cauce natural para obtener las compensaciones económicas de los países árabes cuyas exportaciones se van a proteger, sufragando –por ejemplo– el combustible de buques y aviones europeos que intervengan en la operación.
Las tácticas de protección de buques mercantes exigen –desde que los españoles lo inventamos hace más de cinco siglos– navegar en convoyes. Esto a su vez retrasa la salida de ciertos buques con lo que los gastos de los fletes suben. Pero estos mayores costes suelen ser compensados con creces con la disminución del importe de los seguros que son muy sensibles a la navegación por zonas de riesgo. Esto sin mencionar que la subida del precio del crudo y del gas –incluso aunque el suministro no proceda del Oriente Medio– afecta significativamente a todas las economías desarrolladas. Solamente por evitar la subida de la factura energética le convendría a España ofrecer su Cuartel General para la operación de escolta. Un antecesor de este centro en Rota (el HRF marítimo de la OTAN) ya mando satisfactoriamente en su día la escolta de buques mercantes ante la amenaza de ataques terroristas en el Estrecho de Gibraltar por lo que existen antecedentes de este tipo de operaciones. Solo que esta vez sería un poco más complejo y requerirá un cierto apoyo civil de la UE para hablar con los países árabes, entidades marítimas y compañías aseguradoras. Pero si una vez se hizo bien, se podría volver a repetirlo consiguiendo así que la contribución europea se resalte y los objetivos políticos comunes se puedan defender ante la administración Trump con mayor contundencia. Dado el actual clima de confrontación comercial y tecnológica con los EEUU, una contribución marítima china –que es una de las naciones más amenazadas por el riesgo de interrupción del tráfico energético árabe– será siempre más fácil de coordinar con un Cuartel General europeo que con uno meramente norteamericano. El interés económico norteamericano por el Golfo ha disminuido considerablemente desde la crisis de los petroleros –guerra Irán Irak– de 1987/88. Ello es debido a que con el fracking los EEUU son hoy en día energéticamente independientes. Sin embargo por razones de prestigio, históricas y de equilibrio global siguen siendo la potencia principal en la zona pese a que su doctrina estratégica señala a China y Rusia como sus principales adversarios. Por todo esto existe una cierta posibilidad de que puedan ceder un cierto protagonismo a los europeos en estas labores de protección marítima. Para España además de suponer un prestigio adicional, contribuiría a disminuir nuestra factura energética. En cierto modo la firma del contrato de las corbetas con Arabia Saudí y todo el asunto de la Fragata «Méndez Núñez» podría servir como antecedentes de una presencia más activa en una zona vital para los intereses europeos colectivos.
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