Opinión
Locuras
En un ensayo clásico, de esos que rejuvenecen con el paso del tiempo, titulado «La marcha de la locura, de Troya a Vietnam», la historiadora Barbara Tuchman posa su mirada sobre el pasado para sacar conclusiones inquietantes. La principal es que «la insensatez es hija del poder», y que siempre han existido las decisiones políticas tomadas en aras del interés personal de gobernantes que han priorizado su propio beneficio, deseo, o incluso pulsión, por encima del bien común. La autora revisa acontecimientos que abarcan la historia universal, desde la guerra de Troya pasando por episodios protagonizados por los papas renacentistas, o la guerra de la Independencia Americana y los imperios de la América antigua. En todos pone una lupa de aumento sobre la personalidad de los personajes más relevantes del momento, y encuentra en ellos comportamientos desquiciados, síntomas de locura y enfermedad, que consiguen estremecer.
La conclusión, a pesar de ser lógica y previsible, es tan aciaga como alarmante: la humanidad ha seguido, más a menudo de lo que creemos, un camino de locura marcado por dirigentes trastornados. Ha ido a donde la han llevado personajes delirantes, alucinados y, la mayoría de las veces, también perfectamente idiotas. Se ha dejado subyugar por el prototipo del supuesto loco genial, que casi todo el mundo asocia con referentes de originalidad y creatividad, del alienado que parece estar cerca de la figura del artista iluminado, esclarecedor y sobresaliente, mientras olvidaba reparar en el sencillo hecho de que abundan más los locos peligrosos, sangrientos, solipsistas y psicópatas que las personas con talento excepcional. Moctezuma y el rey Príamo con su caballo de Troya, Yamamoto atacando de forma suicida Pearl Harbour, los papas que reinaron de forma prepotente y despótica entre 1470 y 1530, que entendían el Papado como un botín, un cortijo personal donde poder medrar bajo mandato divino, tal que emperadores absolutistas y absolutos...
Muchos ejemplos de inconsciencia, frivolidad en el ejercicio del poder, y descarnada cretinez, alérgica a toda mínima racionalidad, emparentados no solo con la locura en particular y la enfermedad en general, sino con la soberbia del poder que extravía las mentes de gobernantes ignaros que se creen tan poderosos, sabios e iluminados que persiguen objetivos imposibles, a costa de someter al terror a los ciudadanos. (Perturbador, vaya).
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