Opinión

Adivinos

Una vieja anécdota cuenta que Adam, experto en el juego de naipes «whist», que juegan dos parejas de adversarios, tenía un amigo que pretendía convencerlo de que hay personas que poseen el poder de adivinar el futuro, e incluso de leer el pensamiento. El amigo de Adam lo invitó al espectáculo de una adivina que hacía furor entre el público de la época. La escenografía que la presentaba tenía tintes dramáticos: ambiente de tinieblas y un foco de luz remarcando a la señora sobre el escenario, donde se movía con ademanes neorrealistas y afectados, transmitiendo una impresión de suspense y poder que conseguía mantener a los espectadores en vilo.

La señora, con los ojos vendados y la expresión demacrada de quien se prepara a anunciar una tragedia cósmica, declaró con firmeza: «En la zona del palco de platea, butaca número seis, está sentado un señor que ya peina canas, con aspecto de escéptico. Viste un traje marrón de lana, y en el bolsillo del chaleco, donde guarda la cartera, tiene un billete de cinco dólares cuyo número es 076543H». La sala se vino abajo con la exclamación, a la que siguió un silencio cortante, ansioso. Una molesta e interrogativa luz de foco cayó sobre la cabeza de Adam, que se removió incómodo en su asiento.

Se sintió forzado a rebuscar en su billetera, de la que sacó, en efecto, un billete de cinco dólares cuya numeración era exactamente la que la nigromante acababa de recitar. El recinto desbordó de aplausos y gritos de sorpresa y satisfacción. Adam permaneció en un concentrado mutismo hasta que el espectáculo concluyó. Ya en la salida, su amigo se congratuló: ¡le había demostrado que la adivinación era posible! Pero Adam, jugador avezado, lo negó: «La adivina sabía qué número tenía mi billete.

Está de acuerdo con el taquillero, que lo apuntó cuando me dio el cambio, junto con unas referencias sobre mi aspecto y el asiento que me tocaba». Hoy día, cuando proliferan los adivinos, no solo los que echan las cartas a media noche, consolando a corazones solitarios, sino quienes aventuran certeramente el futuro político, usan por lo común la misma estrategia: partir de un hecho bien conocido, y transformarlo en un enigma que, de esa manera, resulta