Opinión

Adiós Tsipras

Alexis Tsipras ha sido el populista de izquierdas con mayor éxito dentro de la Eurozona: Syriza no sólo ganó las elecciones en 2015, sino que cosechó una mayoría parlamentaria suficiente para formar gobierno de un modo prácticamente autónomo durante cuatro años. Durante unos meses, contó con manos absolutamente libres para configurar la política económica de Grecia. Escogió como ministro de Finanzas a Yanis Varoufakis, célebre partidario de un frontal choque de trenes con el resto de la UE. De hecho, el primer semestre de Tsipras estuvo marcado por su enfrentamiento con la Troika: Grecia era un Estado hiperendeudado que clamaba por seguir endeudándose para relanzar su languidecente economía. Pese al notable desequilibrio presupuestario heleno, los de Syriza rechazaban nuevos ajustes fiscales y preferían impulsar el crecimiento mediante estímulos keynesianos antes que mediante reformas estructurales. El plan sólo tenía un agujero: como los mercados no deseaban seguir financiando a Grecia, debía ser el resto de la Eurozona quien lo hiciera a costa de aceptar impagos sobre los créditos que previamente ya le habían otorgado al país. Tsipras envió a Varoufakis a Bruselas con la misión de conseguir una quita que todos sus socios comunitarios rechazaban. Y, siendo así, ¿cómo forzarles a que aceptaran tus exigencias? Con la opción nuclear: Varoufakis amenazó al resto de los países europeos con salir del euro (y provocar una crisis financiera sin precedentes) a menos que atendieran sus exigencias. Pero este plan tenía un importante agujero: la ruptura del euro habría sido un desastre para Grecia, de modo que el órdago de Tsipras, visibilizado en la convocatoria chantajista de un referéndum, era más bien un órdago basado en la autoinmolación que Merkel logró doblegar con extrema facilidad. Le bastó con amenazar a Syriza con aceptar su decisión de salir del euro para que finalmente Tsipras se plegara a sus exigencias (más duras que las vigentes en Grecia antes de que Syriza iniciara su viaje hacia ninguna parte). Desde mediados de 2015, Tsipras se dedicó a gobernar como se había comprometido a no gobernar: bajo el diktat de la Troika. No es de extrañar que buena parte de los votantes que habían sido hipnotizados otrora por su discurso populista se hayan sentido ahora engañados y hayan optado por darle la espalda. La lección que deberíamos extraer del fracaso de Tsipras es que los políticos no deberían prometer aquello que ni siquiera ellos se atreven a aplicar por ser conscientes de sus devastadoras consecuencias. Esa agenda pauperizadora a la que Tsipras renunció, era la misma que defendía Podemos y que hoy ha decidido camuflarla bajo ropajes más socialdemócratas. Pero ahí sigue.