Opinión

La marmota mareada

Pedro Sánchez no está dispuesto a tener a Pablo Iglesias sentado en el Consejo de Ministros. Y esta no es una cuestión negociable. El abismo que les separa es Cataluña. Y, tarde o temprano, la sentencia sobre los presos golpistas provocaría una crisis de Gobierno. En Unidas Podemos siguen hablando de presos políticos. Y no es solo una cuestión semántica. No hay más que recordar el voto de Podemos contra la suspensión de los diputados independentistas en el Congreso de los Diputados. Pablo Iglesias contraargumenta que el PSC ha apoyado mantener el lazo amarillo en la fachada del Ayuntamiento de Barcelona. Pero una cosa es Cataluña y otra el Gobierno. Que se lo digan a Josep Borrell o a Miquel Iceta si queremos tener respuestas diferentes.

Además, en Madrid la presión no la tiene Sánchez. Pablo Iglesias, que ve peligrar su liderazgo en el partido sabe que esta negociación es fundamental. Y Pedro Sánchez, que también es consciente de que aún puede recuperar más votos por la izquierda, se reúne una y otra vez con él –hasta en cinco ocasiones– a sabiendas de que ganará en esas conversaciones de besugos el que mejor sepa vender el «yo lo intenté, pero tú no quisiste». Aunque después de tanta entrevista y teléfono, ¿alguien puede creerse que Sánchez tiene algún interés en pactar con Iglesias? Si hubiera sido así, ya lo hubiera hecho.
Y sabe también que cada charla fracasada va minando el liderazgo de Iglesias, mientras que el suyo crece dentro de su partido, incluso entre aquellos que nunca le han apoyado. Esa ha sido desde el primer día la estrategia de Sánchez. Reforzarse a sí mismo y debilitar a sus contrincantes. Por eso tampoco me sorprende que, ante este panorama, y para no seguir mareando a la marmota, Pablo Casado haya optado por guardar silencio. Sobre todo porque las circunstancias son distintas. Rajoy necesitaba necesariamente la abstención del PSOE, pero Sánchez tiene a mano otra posibilidad: el pacto con Ciudadanos. Esa es la coartada de Casado y de ahí no se mueve.

Pero volvamos a Podemos. La convocatoria de la consulta interna que Iglesias se sacó de la manga el viernes pasado supuso un antes y un después en las negociaciones. Preguntar a las bases del partido sobre la posibilidad de incorporar al Gobierno a ministros del partido es un intento real de mermar una competencia que sólo corresponde Sánchez. Nunca lo va a aceptar, sobre todo porque parece privar al presidente en funciones, en plena negociación, de una decisión que sólo a él compete.

Así las cosas, no es difícil adivinar que, tras el fracaso de la investidura del próximo lunes 22, una segunda votación en septiembre sería decisiva para el desenlace que más gusta a Sánchez: la convocatoria de nuevas elecciones. Pero para entonces Ciudadanos ya no podrá ponerse de perfil, y por muchos agravios que reciba en todas las fiestas veraniegas por parte del PSOE, tendrá que votar «por el bien de España» a un Sánchez que, al fin, conseguirá lo que quería.