Opinión
¿Tan dramático es repetir?
Como me encontraba entre los convencidos de que el pacto de la izquierda acabaría saliendo por el propio peso de la lógica política que sitúa como máxima, primero al poder a toda costa y después al poder sí o sí y a pesar de los 57 días que restan aún para que se pare el «reloj de la democracia» –tal vez olvidando que estas izquierdas de Sánchez e Iglesias son sencillamente «otra cosa»– no me quedara otra, en caso de concretarse finalmente la repetición de elecciones, más que sumarme al elenco de quienes habrían de «envainársela» por pensar que los irreconciliables desencuentros entre las izquierdas se circunscribían únicamente a los de González y Anguita en tiempos y como excepción que confirmaba la regla. De momento, lo que esta izquierda española ha demostrado es el contraste entre una inmensa capacidad para destruir –lease el éxito de la moción de censura que tumbó a Rajoy– y la incapacidad clara a la hora de construir, en este caso un proyecto de país tal y como se demostró en el descalabro del jueves. Ergo, puestos en la tesitura de que algunos nos acabemos equivocando porque en efecto la nueva cita con las urnas el próximo 10 de noviembre sea inevitable, la pregunta es si realmente resulta tan dramática esa repetición y a pesar de la nueva andanada de presiones en pos de una «abstención responsable» que en agosto se va a materializar, tanto en los móviles que pueden arder en las manos de Casado y Rivera entre la «Nivea» y el «After Sun», como en el relato veraniego en radios televisiones a cargo de los portavoces socialistas de guardia. Puestos a contemplar cerrado un acuerdo in extremis de coalición entre dos partes que han demostrado la madre de toda las desconfianzas nos veríamos abocados a un gobierno, no sólo impulsor del aumento del gasto y de la presión fiscal, con dificultades para atraer la confianza de quienes crean empleo y de los propios socios europeos, junto a un amplio elenco de incertidumbres programáticas, sino sobre todo marcado por la inestabilidad desde el minuto uno, al albur de volantazos entre quienes desde dentro se reparten con distintos pies y manos embrague, acelerador y palanca de cambios y de quienes desde fuera solo atienden a su particular hoja de ruta nacionalista o secesionista. Gobierno que como mínimo tendría todo un año legal de recorrido sin mediar nuevas elecciones y del que para ser claros, no podríamos bajarnos en marcha. A este subjetivo argumento en favor de sacar las urnas el «10-N», bien se podría sumar, si tan dañinas resultaban las mayorías absolutas, la posibilidad de que el PSOE pudiera perder la del Senado, tal vez compensando la correlación de poderes entre cámaras parlamentarias y por supuesto si el centro-derecha repara de verdad en que acudir con cainismos fortalece al adversario. Hay muchas más razones, sobre todo las que apuntarían, via renacido bipartidismo a una mayor centralidad. Pero... veremos, porque Sánchez –no nos engañemos– sabe que con un nuevo reparto de cartas, Iglesias puede perder su gabarra pero el, su portaaviones es decir, todo...todo.
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