Opinión

Etarritas de la mano

Deliberadamente están construyendo –¿diríase construir?– un mundo para no vivir en él. Esos tipejos salen de las cárceles, se acercan a sus pueblos y siguen amamantando a una plebe que bebe de sus ubres gangrenadas. Venga calimocho para brindar por el mal. Le dieron matarile a un inocente, que algo habría hecho. Da igual, el caso es festejar que la serpiente ha vuelto para quedarse entre los cuentos de los niños. En aquellas tierras se oirán relatos en los que son héroes por la divina gracia del consenso nacional. La gente mira hacia otro lado. Para qué vamos a meternos en más problemas con todos los que caen del cielo sin cita previa. Hombretones casi con bastón que en su día fueron cachorros asesinos se pasean y confirman que lo que hicieron no estuvo tan mal. Ahora los reciben como a Julio César en su pequeño imperio de estiércol.

Aún se buscan a los penúltimos criminales, sí, los que se antojaron de unos guardias civiles de Palma. Hace ya diez años. Qué pronto se olvidan los muertos y con cuánta rapidez se alivian los vivos. España tendría que estar congelada, pero suda de hastío. Esa panda de malnacidos aún comerá sandía en una playa mientras alerta a sus nietos de la bravura del mar en bandera roja. Lo peor de todo no es eso. Está por llegar. El capitán de los que creíamos náufragos es el consejero de un presidente en funciones, de un ministro en funciones que parecía una cosa y acabó siendo su envés. Dicen que ya no corre sangre en las calles, que este es el precio de la «normalidad democrática», pero me da que todo forma parte de una conspiración. Qué tontería. Puede que esté perdiendo el entendimiento. Etarritas de la mano juegan al corro de la patata. La tierra seca se alimenta de su odio.

Un país que permite a un pistolero caminar despacio entre gentuza es otro muerto que recibió un tiro en la nuca. Y camina. Aun así, los homenajes se suceden a la vista de todos. Aquelarres públicos de brujos con carné. Y las pistolas guardadas, por si acaso. Aquí hay presos de primera y desgraciados de segunda, y manifestaciones para que no comamos cerdo, con tanto guarro suelto que debió perecer en tiempo de matanza. La cartografía del dolor no va con la política. Ahí no se expanden cordones sanitarios sino guirnaldas de flores. Y a las víctimas, que les sirvan una tila a cuenta del Estado. Como asevera Bildu, son personas con tantos amigos como para llenar una plaza. Qué bien que te quieran tanto. Eso es amor, hermano.