Opinión
Chivite rompe amarras
María Chivite es hoy el símbolo de una nueva época para el socialismo español. Su irresistible ascensión a la presidencia de Navarra rompe las amarras que hasta ahora se imponían en cuanto a la participación institucional de los albaceas de ETA, al hacer de ellos socios ineludibles para la acción del gobierno. El doctor Sánchez ya había avanzado algo en ese sentido, pero lo de Chivite es ya definitivo. Quedan muy lejos los tiempos en los que Felipe González llegó a negarles las subvenciones electorales a los de Herri Batasuna para no alimentar el terrorismo y, por supuesto, aquellos en los que Aznar, con la plena aceptación del PSOE, promovió su ilegalización. Ahora Chivite nos dice que la reencarnación de los batasunos en Sortu y su coalición electoral EH Bildu es plenamente aceptable porque «ETA se disolvió hace año y medio y hace años que abandonó el terrorismo». Y es con sus forzosas abstenciones como va a alcanzar el poder en Navarra. La Historia se olvida, los hechos del pasado se cuelan por el sumidero de la desmemoria y el sufrimiento de quienes fueron abatidos se esconde de manera vergonzante. De nada valen esas palabras, presuntamente alusivas a los bildutarras, pronunciadas ayer durante la investidura: «El reconocimiento de los errores cometidos será bienvenido». Porque no son errores sino asesinatos, persecución, destrucción y angustia.
Chivite dice posicionarse en la «centralidad», pero su gobierno se ha pactado sólo con la izquierda y el nacionalismo. Ella lo justifica diciendo que «un acuerdo entre la izquierda y el nacionalismo... se ha demostrado eficaz en otras instituciones». No sé si lo suyo es ignorancia o engaño. ¿Recuerdan ustedes el tripartito gallego o el catalán tras el Pacto del Tinell? Ambas experiencias mostraron unos ejecutivos fragmentados, con consejeros descoordinados, en los que cada uno iba por su cuenta y reinaba sobre su taifa. ¿A eso llama Chivite eficacia? ¿A eso aspira ahora con un tripartito que, curiosamente, depende de cinco partidos? Aunque tal vez su referencia no sea esa sino la del País Vasco, donde, por cierto, nunca ha habido una alianza de la izquierda con el nacionalismo, pues el orden de los socios ha sido exactamente el inverso, y donde los socialistas, siempre minoritarios, gestionaron los asuntos molestos para los jeltzales.
Además, en el caso de Chivite y su próximo Gobierno de Navarra, se da la circunstancia de que cualquier decisión que requiera la aprobación parlamentaria –o sea, todas las que no sean mera rutina– van a pasar por el tamiz de EH Bildu. Ya lo ha advertido Arnaldo Otegi, su coordinador general: «Bildu va a decidir sobre todas y cada una de las propuestas del Gobierno foral». Y de paso ha advertido de que «no va a dar un cheque en blanco», a la vez que ha recordado que «el independentismo de izquierdas tiene columna vertebral, principios, valores, solidez y, además de un proyecto transformador y de liberación, una estrategia transparente y clara para llevarlo a cabo». Chivite cree, seguramente, que estas son advertencias para la galería y que para gobernar, como ha dicho, basta con respetar «los diferentes sentimientos identitarios». Pronto se caerá del guindo y se percatará de que, en la política, no hay sentimientos sino lucha feroz entre intereses encontrados.
Entretanto, promete penetrar en las sinuosidades del nacionalismo, reclamando nuevas competencias para la Policía Foral –minimizando así la presencia de los cuerpos de seguridad estatales en Navarra–, adentrándose en el terreno penitenciario; y exigiendo sobre todo una revisión del Convenio con el Estado para reducir la ya exigua aportación de los navarros a los gastos nacionales y poder crear nuevas figuras impositivas, algo que ahora le está vedado, pues el sistema fiscal de Navarra debe reproducir obligadamente el vigente en España. Son pasos hacia una independencia aún poco definida, pero que se atisba detrás de los pactos –tal vez, incluso secretos– que le otorgan a Chivite su presidencia.
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