Opinión

¿Una sociedad violenta?

Cuando pasé por la universidad de Austin, en Texas, el profesorado de mayor edad recordaba bien la estancia de Jorge Luis Borges acompañado de su madre y su interés en acercarse a la torre desde donde, poco tiempo antes, un estudiante disparó contra sus compañeros en el hermoso campus de aquella universidad. Fue, como se dijo, la acción de un loco. Y hay que estarlo para utilizar las armas que se permiten en los EE.UU. con la bendición de la Constitución y el negocio que implica la venta casi indiscriminada en ciertos estados no sólo de defensa, sino de ataque y muy sofisticadas, lejos de aquel legendario Colt 45 que sirvió para exterminar parte de la población indígena. Coincide ahora la presidencia que aboga contra la inmigración mexicana calificada de violenta y por el control fronterizo que no tiene empacho en separar a madres hispanas de sus hijos pequeños: supremacía blanca. Pero sería un error entender que la violencia de la sociedad estadounidense, como en tantas partes del mundo, se reduce a la permisividad en la compra de armas con escasos y, en ciertos estados, casi nulos condicionantes. Siempre se dijo que este país, hoy aún dominante, era una nación joven. Y la juventud, como se sabe, carece de experiencia y juega cartas que en la partida mundial se antojan de principiantes. No hace tantos años, en la entonces llamada Unión Soviética, China Comunista, Camboya, Palestina, Bosnia o Egipto se produjeron exterminios masivos de carácter político. Y aún hoy estamos en los mártires África o parte de Asia, en las mismas. Por no hablar del azote del hambre o de las enfermedades que se cuecen en África, la emigración en el Mediterráneo o la frontera estadounidense con México. Este mundo injusto, incluso a nuestro alrededor, arranca de las entrañas mismas del hombre. La filosofía divide su doble naturaleza, con unos esquemáticos bien y mal.

Los violentos sucesos que se produjeron el pasado día 4 produjeron asombro. En escasas horas de diferencia, Patrick Wood Crusius, un joven solitario, viajó diez horas en su automóvil desde Allen (Dallas) donde residía, hasta los almacenes Walmart de El Paso, en Texas, donde compran muchos mexicanos que atraviesan la frontera. Disparó indiscriminadamente y consiguió acabar con la vida de veinte personas, además de herir a veintiséis más. Según se nos anticipa, este crimen responde a la teoría supremacista blanca, alguien que pasaba ocho horas diarias ante un ordenador. Su acción se calificó de «terrorismo doméstico». Al margen de la siempre supuesta locura, Trump atacó con dureza el acto, pidiendo ya una anticipada pena de muerte. Pero este joven generacionalmente, no queda tan lejos de Connor Betts, de 24 años quien, pocas horas más tarde, disparó en el Ned Pepers Bar, en Dayton (Ohio), al azar, asesinando a diez de quienes allí se encontraban e hiriendo a dieciséis. Acabó asimismo con la vida de su hermana, de 22 años, y de su novio. La policía entiende que se trata, en este caso, de un mero acto de locura. El fermento del mal se encontraría en su interior y no respondería, se supone, a una actitud de odio. ¿Se reduciría esta violencia con endurecer la compra de armas, cualquier ley que ha paralizado siempre la poderosa «Asociación Nacional del Rifle», que coincide con el ideario del actual presidente? Los casos, ya en penumbra, podrían situarse ante el fenómeno calificado como sociedad violenta. Pero no hace tantos meses Vox defendía también la compra y uso de armas para defensa del sacrosanto hogar, porque los particulares deberían tener también derecho y necesidad de defender propiedades y familia. En esta sucesión de violencias no aparece nunca la voz femenina. Tal vez las mujeres entienden que su bienestar no depende de las armas, pese que observemos la creciente oleada de atentados que sufren mujeres a las que se les recomienda que no deambulen solas por las calles de noche o que vayan, a ser posible, acompañadas de un varón. Pero la violencia de género nada tiene de locura. Existe ya en Madrid alguna entidad que les ofrece adecuados acompañantes y a buen precio. Esta violencia que exhibe su feroz dentadura en los EE.UU. ¿es distinta de la que aquí, con o sin armas de fuego, podemos advertir en nuestras calles dominadas por quienes controlan la prostitución o las drogas? La sociedad postindustrial, que trata de evadir la pobreza y sus lacras, no lo consigue por una maligna violencia subyacente. Las lacras del racismo, machismo o cualquier otra fórmula de dominación proceden de nuestros orígenes. EE UU, potencia dominante, con su actual bonanza económica, nunca llegó a escapar de la violencia. Mal superada la integración de su población de color, trata de alejar la latina que no sólo le llega desde las fronteras del Sur, sino desde sus aeropuertos. La baja tasa de paro podría ser el principal aliciente. Pero la sombra de otra gran crisis oscurece un mundo crédulo. ¿Somos una sociedad violenta con sin armas de fuego? Nos afectan las desigualdades que sobreviven, porque arrancan desde entrañas sociales. El invidente Borges quiso verlo.