Opinión

Sánchez vacío

Se atribuye a Mark Twain la sentencia según la cual «es mejor tener la boca cerrada y parecer estúpido que abrirla y disipar la duda». Algo así debieron pensar los huéspedes de Pedro Sánchez el otro día cuando en una de esas cacareadas reuniones con la sociedad civil, en la que les tocaba al de Soria y a otros veintitrés comisionados de la «España vaciada», el presidente tuvo la idea de combatir la despoblación sacando las sedes institucionales de las grandes ciudades para ubicarlas en pueblos de mediano tamaño. Algo así como desconcentrar las administraciones públicas y esparcirlas por doquier. Los asistentes, al decir de alguno, quedaron estupefactos, sin saber qué pensar sobre la ocurrencia y su autor. Uno dijo a la salida que «la verdad es que nos llamó mucho la atención porque era algo que no nos esperábamos». No me extraña, digo yo, porque algo parecido se hizo hace cuarenta años, cuando se organizó territorialmente el país con las autonomías y no se frenó el secular proceso de concentración de la población en las zonas urbanas que de más de 100.000 habitantes. Las Comunidades Autónomas se llevaron una gran parte de los recursos del Estado –y tienen ahora más del 60 por ciento de los funcionarios y se gastan la mitad de los dineros públicos–, pero la prometida equidad territorial brilla por su ausencia. Las economías de aglomeración están detrás de esto, sin que Sánchez se percate.

Eso no fue todo, pues Sánchez en eso de las ocurrencias es como un pozo sin fondo que hace ostentación de un pensamiento vacío y un desconocimiento monumental. Como era de esperar, en el cónclave se habló de infraestructuras. El presidente debió pensar que esa era su oportunidad y, según uno de los convocados, «reconoció errores del pasado» y atribuyó el problema –por ejemplo, el de que la conexión ferroviaria entre Logroño y Soria pasa ahora por Castejón cuando hace un siglo lo hacía por Zaragoza– «al diseño radial y no de malla». No pensó, sin duda, en los condicionantes de la geografía y la tecnología para darse cuenta de que recurría a un tópico necio y falso. Si hubiese visto alguna vez el mapa de las calzadas que Roma construyó en Hispania, se habría dado cuenta de ello, pues ahí están los aún existentes ejes norte-sur –como la Ruta de la Plata o el que une Cádiz con Barcelona–, y este-oeste –como el que va de Tarragona a Lugo, o de Mérida a Sagunto–, además de alguno de los radiales. Pero está claro que, para presidir el gobierno, estudiar el «Itinerario de Antonino» de nada vale.