Opinión
Plus Ultra
Le debemos muchos adelantos a aquel viaje a la Luna. Los microondas, por ejemplo. O todos los dispositivos sin cable, desde las tabletas hasta los modernos teléfonos. El teflón o los pañales. Es verdad, también, que la gesta fue tremendamente cara, hasta el extremo de que los norteamericanos carecen seguramente de sistema de salud público por el enorme desembolso que supuso vencer a la URSS en el espacio.
En todos los grandes hitos históricos hay intereses, pero las razones no se agotan en ellos. Claro que Isabel y Fernando buscaban la expansión imperial en América. Por supuesto que querían una nueva ruta comercial. Pero meterse en un cascarón con el Atlántico al frente, sabiendo que es más que probable morir en el intento, no se hace sólo por codicia o fama. Hay un imponderable cuando un hombre se pone en marcha, en Colonia o París, caminando hacia Compostela en plena Edad Media. Le esperan jornadas de sueño en el suelo, inclemencias, el peligro de los salteadores. Se despide de su familia, hace testamento, organiza el futuro del taller o la casa. Hay aquí un móvil religioso, desde luego, pero entendido como el eje sobre el que se vertebra el valor de una vida entera. Si mueres en el intento, habrá merecido la pena. Lo mismo que si falleces buscando América o coronando el Polo.
Es esto lo más esencial del viaje a la Luna. Ese Plus Ultra que nos constituye. Ese querer superar el límite y tocar el borde del misterio para abarcarlo. Nada que otro ser vivo tenga interés en lograr.
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