Opinión

Alioli

En mi casa está prohibido el ajo. El ajo ni en pintura. No soporto el aliento ajero. Un ser humano que termina de comer ajo, habla y contamina el ambiente. Tanta distancia se establece entre el ajo y mi humilde persona, que desconocía que el alioli era la «salsa nacional catalana», según el caganer zumbado de Waterloo. Dos veranos atrás, Pilar Rahola, la columnista de referencia de Godó, tan apacible como bien educada, serena en los decires, gestos y ademanes, voz de terciopelo, organizó un festolín independentista en su casa de la Costa Brava. Se inmortalizaron los asistentes en una fotografía de grupo, y me tranquilizó saber que la revolución independentista estaba en manos de tan multicolor pijerío. Asistieron hasta Trapero y Laporta , Los Tous y cuatro o cinco mujeres bastante monas. Alioli. Paella con alioli, como para besar a Pilar Rahola durante la sobremesa cantarina. No se presentaron Pujol, ni Carulla, ni Roures ni Soros, los cuatro jinetes del Apocalipsis catalán. El resto, más o menos, son comparsas con olor a ajo, pero poca cosa.

Este año, el festolín se ha trasladado a Waterloo, y se han disculpado casi todos los que asistieron a la fiesta de la oxigenada Pilar. Claro, que las muchas ausencias se han cubierto con presencias que ennoblecen. El también fugado de la Justicia y rapero Valtónyc, cantautor preferido de la ETA y Podemos, y un diputado de Bildu. De menú, paella de arroz con alioli, que ligó el forajido con su especial maestría. Los dineros y los condimentos, amén del champán y los licores postreros, corrieron a cargo de la Generalidad de Cataluña a pachas con Matamala, el amigo del loco. Fue Puigdemont el único que exhibía el lazo amarillo en homenaje a los que están presos por su cobardía y su fuga.

Por fortuna, el papel de periódicos no transmite aromas ni rachas de vientos fétidos, pero aún así, la fotografía del reducido grupete de Waterloo recomienda un pase de página inmediato y urgente. En esa fotografía se advierte la descomposición del independentismo pijo, aunque su condición pijera intente pasar desapercibida con la presencia de dos empecinados defensores del terrorismo etarra. Se desengancharon del guateque hasta los ositos.

Pero nada tengo contra esta reunión anual que, al paso que va, en unos años puede convertirse en el festejo de un hombre sólo. Lo criticable de esa convocatoria de majaderos es el protagonismo del ajo, del alioli, un asco de salsa. Seáme permitido escribir que el alioli me produce arcadas, respetando, por supuesto, a quienes gustan de esa salsa de maloliente instalación en los mimos y acercamientos de la sobremesa. Me figuro a Junqueras, Forn, Forcadell y compañía, contemplando la fotografía de Waterloo desde sus respectivas celdas, y no adivino semblantes sonrientes como el del anfitrión caradura y gallina, por bien que ligue el alioli. No hubo guitarrada posterior ni entonación laportiana de «Let it be» como en la antañona convocatoria de Rahola. Todavía gozaban de libertad los que hoy están presos por sus graves delitos y la fuga del pobre cobarde.

He asistido en mi vida a dos partidos en el «Camp Nou», abarrotado, donde se disputaban los puntos ligueros el Barcelona y el Real Madrid. Y ahora entiendo el tóxico efluvio que emanaba de sus gradas y tribunas, El alioli. El Bernabéu, como las plazas de Toros, huele a puro habano y a copa de brandy, al menos en mis tiempos de asiduidad y frecuencia. El «Camp Nou», que con anterioridad a «Camp Nou» se llamó «Nou Camp», muy original, está dominado por el alioli, de ahí que no forme parte de mis estadios favoritos. Por lo normal, los futbolistas del Barcelona, que son muy buenos porque su club cuenta con un equipo técnico profesional, mientras que en el Real Madrid todo lo deciden entre su presidente y Butragueño hasta que les vence el plazo de contratación, los futbolistas del Barcelona –repito–, aprovechan los cinco primeros minutos para marcar el primer gol, sabedores de la intoxicación que produce el alioli en los jugadores del equipo contrario. Un territorio que aspire a la independencia de sus provincias del resto de España después de seis siglos de españolidad –son muchos años–, no puede conseguir nada de nada si persiste en el alioli. La independencia se consigue con dirigentes que no huyan y con menos ajo, que se huele a distancia y causa recelos de cercanía.

Es posible, después de la casi segura impecable e implacable sentencia del Supremo, redactada por don Manuel Marchena, que en el próximo verano Puigdemont se halle en compañía de sus perjudicados en una prisión del Estado al que pertenecen. Pero siempre nos quedarán Rahola y el cantautor proetarra, para ligar con maestría el alioli de la ignominia pijera.