Opinión

Prejuicios y realidades USA (II)

Señalaba en mi primera entrega cómo entre los prejuicios, fruto de la ignorancia o de la mala fe, vertidos contra Estados Unidos se encuentran las tergiversaciones sobre el derecho constitucional a llevar armas. No lo son menos las referencias a la violencia. Puedo aceptar que el consumo de westerns y películas policiacas haya influido en esa distorsión, pero es lamentable que a ella se sumen gentes supuestamente serias porque la violencia es un problema infinitamente mayor al sur que al norte del río Grande. En el país de la Virgen de Guadalupe, por ejemplo, es más que habitual encontrarse ahorcados de los puentes cuando se va a trabajar y zonas enteras se encuentran en manos de narcotraficantes que asesinan a diario.

Para colmo, México cuenta con la cifra mayor de periodistas asesinados anualmente en todo el globo. Poco o nada de esa terrible realidad se refleja en los medios, pero, como me decía un empresario español hace unas semanas, en ciertas ciudades de México quizá no hay mucho riesgo de que te asalten por la calle, pero te pueden matar con la mayor naturalidad. No se trata de una trágica realidad circunscrita a esta nación situada justo al otro lado del Río Grande a la que amo entrañablemente y que, para ser ecuánimes, también cuenta con aspectos maravillosos.

Las dos naciones, también en mi corazón, que cuentan con el índice mayor de asesinatos por habitante son El Salvador y Honduras. A decir verdad, según el mes, es una u otra la que se alza como ganadora en tan doloroso podio. Y no se trata sólo de Hispanoamérica. La Suecia rutilante de mi infancia y juventud donde ya hay zonas enteras tomadas por los inmigrantes musulmanes donde la policía no se atreve a entrar, esa Barcelona que cada vez se parece más a Dodge ciudad sin ley –y encima con Ada Colau en lugar de Errol Flynn– o esos repetidos episodios de violaciones en grupo llevados a cabo por extranjeros en España y fuera de España son claros ejemplos nada aislados de cómo la violencia no es un mal específicamente norteamericano, de cómo es una plaga infinitamente peor en Hispanoamérica y de cómo simplemente se silencia según quién la perpetre o dónde tenga lugar. A decir verdad, precisamente porque es así, centenares de miles de personas se encaminan hacia Estados Unidos en innegable huida.