Opinión
Los nuevos caladeros «progres»
Si reparamos en los grandes argumentos que han marcado el discurso de la izquierda durante los últimos años y su verdadera punta de lanza frente al adversario ideológico de la derecha resulta especialmente indicativo el hecho de que muchos de los asuntos relacionados, no ya con la antigua lucha de clases sino con las tradicionales banderas de la socialdemocracia, bien han desaparecido de la primera línea o bien han pasado a un segundo plano.
La lucha por la dignificación de la derechos laborales y sociales, el pacifismo, las libertades colectivas o el estado de bienestar han cambiado su referencia, sencillamente porque la gestión de esas áreas por parte de las derechas cuando han ostentado el poder en las democracias europeas –incluida España– ha resultado lo bastante notable como para acabar demostrando que los ciudadanos en general se han beneficiado de la creación de empleo, la generación de riqueza, mayor seguridad, sanidad con más calidad sin perder el carácter universal o una educación abierta a la libre elección y probablemente más inclinada al fomento de las libertades individuales.
Con la constatación por lo tanto de que una buena gestión de lo público no repara en siglas ni ideologías y certificada desde hace años su crisis de identidad y argumentos, a nuestra izquierda le ha salido un nuevo y nada despreciable conejo de la chistera, un relato plagado de medias verdades, de lecturas interesadas y de manipulación de buena fe que no dejará de exprimir a la hora de cortarle el aire al adversario ideológico y en la que ya goza de una inestimable ventaja.
La igualdad entre sexos, la lucha por los derechos de colectivos como los LGTBI, el combate contra el cambio climático, la inmigración, la erradicación de la violencia de género y hasta la defensa de los animales son cuestiones contempladas en los programas, propuestas e idearios de las opciones políticas liberales y del centro-derecha y sin embargo se han convertido paradójicamente en primera punta de lanza de los ataques de una izquierda que no ha dudado con notable éxito hasta el momento en apropiárselas haciendo de ellas bandera única y casi exclusiva a la hora de presentarse ante los ciudadanos.
Una apropiación unas veces torticera y otras impostada que, en una oportunista huida sin límite hacia adelante para no perder el «pedigrí», hace incluso cometer excesos como el «sí o sí» de la vicepresidenta Calvo a propósito de la culpabilidad masculina «de entrada» o episodios sonrojantes como el «papelón» de mucho político progresista en el caso de Juana Rivas. Lo ocurrido hace días con la representación de Ciudadanos en el desfile del Orgullo no es casual, como tampoco lo han sido las arremetidas contra la campaña de la Junta andaluza para combatir la violencia machista.
Ese es el caladero de la nueva izquierda sabedora de que ya no es rentable por ejemplo pedir la derogación de una reforma laboral que, con sus defectos, ha abierto el camino del empleo. El foco está en distinto terreno y la batalla se libra por un relato nuevo y no exento de manipulación, con una derecha muy rezagada. Ergo toca espabilar.
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