Opinión

Savater, lágrimas que queman

El horror es esto. Haber disfrutado del amor y la amistad más profundos y perderlos por el abrazo de la enfermedad. El monstruo que todo lo arrasa pone manos arriba a los hombres y los deja inermes. La solución al vacío no existe. Pero Fernando Savater, primus inter pares, encontró la fórmula para escribir a grandes sorbos un último libro. Y cómo duele intuir que no miente cuando asegura que, esta vez sí, lo deja. Él, que parecía inagotable. Incansable en la lucha por desasnarnos, valiente en la pelea contra el totalitarismo, Savater ha escrito páginas de pura gloria. Defensor del placer, la libertad, la inteligencia, la alegría y, en general, de cuanto justifica el oficio de vivir. La peor parte son unas memorias de amor y muerte en homenaje a su esposa, que falleció en Pontevedra de un tumor cerebral en 2015. Precisamente en esa ciudad, cuenta el escritor, habían recibido meses antes el diagnóstico fatal. Abrazados en la cama hospitalaria ella le pidió entonces que contase «lo que hemos sido el uno para el otro». La literatura, al fin, como abrelatas del olvido. Como estampida de luz que florece cuando se acaba la película. Por supuesto que se trata de un magro consuelo para quien queda a este lado. Pero el escritor no puede agotarse en las lágrimas. Con suerte dará testimonio de una vida, de un tiempo, del mundo. ¿Qué más puede pedirse a la literatura? Las páginas de «La peor parte» cortan como un cuchillo al rojo y arden como aguijones urticantes. Son dolorosas. Muerden. Transitan por la desesperación y sintonizan el cascabel de una alegría perdida. Ni engañan ni se engañan pero no caen en la banalidad del ego. Es cierto, como tiene dicho el gran J.A. Montano, que al principio cuesta hacerse a la idea de Savater, nuestro «contemporáneo esencial», ¡tonificante!, como un escritor triste, o mejor, irradiado de tristeza. Pero ese es el territorio donde ahora habita. En la esperanza de que incluso los libros más angustiados son capaces de contener poderes consoladores Savater cita a su viejo amigo, Cioran: «La única cosa que puede salvar al hombre es el amor. Y si muchos han acabado por transformar esta aserción en una banalidad, es porque nunca han amado verdaderamente». Como Umbral, también él vive «de llorarte en la noche con lágrimas que queman la oscuridad».