Opinión

Diario, camino del día

El diario se observó en pasados siglos casi como una tarea de adolescentes, de señoritas desocupadas o como un registro puntual de personajes o escritores prestigiosos que deseaban exponer una intimidad no desvelada en otros textos o en la búsqueda de la propia y velada interioridad. De las vertientes de la literatura del yo: memorias, autobiografías u otros diversos recursos, el diario habría sido lo más secreto, desconocido, aquello que se escribe, en teoría, para uno mismo y se guarda en incógnitos cajones. El diario resultaría así parte de una literatura secreta, a veces descuidada, que no debería desvelarse, complicidad que será compartida con el que, si llega a ver la luz, logre acceder a él. Pero no es así siempre. Hay diarios y dietarios que ven la luz incluso en vida del autor. Son, a menudo, como recordatorios de lo que inevitablemente olvidamos y por fortuna, porque el peso de la memoria nos revuelve internamente, nos fragiliza y, en ocasiones, al releer observamos nuestra irrelevancia social, rasgos de una inteligencia que yerra tan a menudo. Porque los diarios no siempre deben ser íntimos o confesionales. Pueden convertirse también en el espejo fragmentado del tiempo que vivimos. A los narradores que los utilizan les permitirán descubrir a posteriori claves del ayer, aunque válidas también hoy. Los hay que poseen valores de todo orden, porque permiten, a diferencia de otros géneros, toda suerte de libertades. Lo que no sirve, puede destruirse en el deliberado olvido, pero logran revelar zonas oscuras, desconocidas, apasionantes. La escritura ennoblece, fija, dibuja y hasta puede eternizarse o así puede entenderlo quien la practica.

Seguiría con el elogio del diario, pese a que con la llegada de las nuevas tecnologías me temo que habrá entrado en decadencia en buena parte de sus posibles y deseables practicantes. Quien lo escribe muestra no sólo el deseo de conservar pasos a menudo cotidianos perdidos, sino confirmar el devenir de la existencia, que implica cierta valoración de uno mismo, algo que merece recordarse aunque sea para uso íntimo. ¿Qué pensaría yo, por ejemplo, hace veinte años en este mismo día, 11 de Septiembre, en una Barcelona de hoy, cuyo cielo ha escampado, signo de colaboración meteorológica, para que en la festiva tarde de hoy puedan manifestarse los cientos de miles de ciudadanos en el centro de la ciudad demostrando que el separatismo y nacionalismo no mueren? Sin duda, en un fingido diario el día de hoy requeriría otras reflexiones generales y de mayor calado. Quienes nos propusimos europeos observamos no sin desgarro, el Brexit británico de la suerte que sea. Sin duda es una mala jugada política, pero algo habrá hecho mal también la Unión Europea para no retener una nación que tanto significa en la vaga idea de una Europa que tratamos de ir forjando. Y este día de banderas y banderolas y de símbolos, alguno de ellos trasnochados, en el seno de una España que ni siquiera es capaz de interpretar que unas elecciones sirven para conformar planes de gobierno y no para enaltecer pavos reales, personalismos cuyos efectos esenciales se trasvasan a una población progresivamente desencantada.

Mi diario de hoy, de escribirlo, carecería de interés público y debería tender más a la realidad diaria que a tantos proyectos definitivamente desechados, ocasiones perdidas, errores vitales que siempre condicionan. De hecho, mi mente se encuentra ahora en un tren que se dirige a la capital de este Reino. Nunca, creo, haber tenido el vicio del egocentrismo. Mi «yo» ha estado a menudo en función de los «otros», los que quedaban más cerca. Pero este confesionalismo hacia el que me derivo me desvía de otros propósitos. No voy a ir a la «mani» de esta tarde, antes prefiero ver por televisión, convertida en parte sustancial de mi vida, el posible debate entre Sánchez e Iglesias, el humillado. Nada permite suponer que de ello salga cualquier solución que beneficie al país. Las luchas de gallos acaban con la muerte de uno y su paso a la cazuela y el victorioso, a menudo herido, necesitará hartos cuidados para reponerse. La oposición, entre tanto, aplaudirá hasta con las orejas el sangrante espectáculo. Es el grave error de Ciudadanos. Rivera desperdició la oportunidad de convertirse en hombre de Estado y centrista para tratar de liderar una derecha que el PP ha sabido aprovechar. Los nuevos partidos han resultado, pese a su primer impulso, inconsistentes y cambiantes. Pero estas líneas han pasado de pronto del yo al nosotros. Cualquier trasvase era posible y aún necesario, porque un diario puede reflejar la soledad que acarreamos, pero también abrirse al mundo. Nos sentimos llamados por tantas voces. Lamento no haber escrito mi diario. Podría entonces comparar la fecha de hoy con la de años atrás. Recuerdo un independentismo muy minoritario. Tal vez hoy cabría enlazarlo, en esta deteriorada Barcelona, entre el radical soberanismo y el posibilismo moderado que andan también a la greña. La traidora memoria nunca alcanza más allá de un factual día a día.