Opinión

Avariciosa esclavitud

En 1949, mi abuelo paterno José Luis de Ussía y Cubas, Conde de los Gaitanes, cedió a las madres Esclavas del Sagrado Corazón un amplio terreno en La Moraleja poniendo como única condición la de garantizar el culto religioso para los vecinos de la que fuera pionera de las urbanizaciones de Madrid. Y en 1953, mi padre, Luis de Ussía, Conde de los Gaitanes, no sólo ratificó la cesión a las Madres Esclavas del amplio terreno, sino que añadió una hectárea más para construir la casa del párroco y dotar a la comunidad religiosa de una estupenda huerta. Mi abuelo encomendó la costrucción de la iglesia y convento de las Esclavas al arquitecto Javier Ramos Esteve, que cumplió con brillantez su cometido. En aquellos años, las únicas construcciones que había en La Moraleja eran el viejo Palacio, cuyas obras de arte y biblioteca fueron destruídas y calcinadas por los comunistas, y los arcos de entrada de La Moraleja, con el monumento del Conde de Yebes que aún perdura. Y las casas de los guardas. Pedro, el Guarda Mayor, y Bustos, Casimiro, Ángel y Andrés. De los arcos de la entrada nacía un precioso monte de encinas y jaras, lengua final del Monte del Pardo y Viñuelas, donde se organizaban cacerías de perdices y conejos, de los que se llegaron a cobrar en un día más de mil doscientos.

Mi abuelo fue un visionario, y sabía que Madrid se extendería hacia el norte, pero aquella iglesia formidable que mandó construir para las Esclavas, se levantó pensando en el futuro. Vivíamos en La Moraleja siete familias, y hoy esas siete familias se han multiplicado por mil. Fue don Marcelino Sanz el primer párroco de La Moraleja, y habitó en un principio en Alcobendas hasta que mi padre, como todos los Ussía, más que generoso y nada aplicado en sus derechos, le construyó la casa en la parcela que pocos años atrás, saltándose a la torera los requisitos de la cesión, con permiso del Arzobispado de Madrid y la inacción del Alcalde de Alcobendas, las Esclavas vendieron al que fuera Director de los Sevicios Informativos de TVE en tiempos de Arias Navarro, coincidentes con el final del franquismo, Juan Luis Cebrián.

Las Esclavas, de unos años hasta hoy, han dejado de cumplir las condiciones de la cesión, usando de toda suerte de artimañas para ir reduciendo el culto, en lo que ha sido y es, la referencia religiosa de los vecinos de La Moraleja. Centenares de bodas, primeras comuniones, bautizos, confirmaciones, oficios y misas diarias y dominicales son ya propiedad de la memoria. Ahora sabemos que con el jubiloso permiso del Arzobispado de Madrid, han vendido lo que moralmente no pueden vender. Lo que les resta de terreno –por más cinco millones de euros, a los que hay que añadir los otros cinco ya percibidos en anteriores operaciones–, cuando según las iniciales condiciones, la propiedad de esos terrenos, en caso de dejación de culto, retornaría a los descendientes del Conde de los Gaitanes. Somos muchos, y nada nos mueve el interés, pero sí la pretensión de que se haga justicia a nuestro abuelo y nuestro padre. Nadie sabe quién es el nuevo propietario de ese terreno indebidamente apropiado por la Orden religiosa que no ha cumplido con su palabra. Si en lugar de una parroquia católica, mis antepasados hubieran levantado una mezquita, ésta sería intocable. Pero es la propia Iglesia la que permite la desvergüenza.

He opinado a petición de mis familiares –muy especialmente a quien ha seguido el caso, mi sobrino Juan Ussía–, no reclamar absolutamente nada. Es una cuestión de dignidad y conciencia. Lo que les fue cedido para que cumplieran con una condición precisa, las Esclavas lo han ido vendiendo a su capricho y antojo con el visto bueno del Arzopispado. Lo siento, porque soy creyente y practicante. Pero mis antiguos han sido despreciados por su generosidad. Y gracias al Arzobispado de Madrid, las Madres Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús, han mutado el carisma, convirtiéndose en las Madres Esclavas de la Avaricia.

Pero no hay nada que hacer y no vamos a intentarlo. Con la Iglesia hemos topado, amigo Sancho.