Opinión

Señores de la historia

Sin duda que lo más racional del mundo es cambiar las fechas de unas fiestas, cuando se tiene comprobado que los accidentes del clima suelen estropearlas, aunque esto ya se sabía cuando se instituyeron.

De manera que ese cambio es perfectamente comprensible, pero ya no resulta tan fácil de aceptar a ciegas porque ofrece la sensación de que todo puede hacerse, en nuestro mundo, con consenso y decisión, y resultar dueños y señores de las fiestas y del tiempo histórico, ya que no del tiempo atmosférico; y, por lo tanto, de la vida pasada, presente, y futura, de una comunidad humana. Los griegos antiguos sentirían escalofríos ante el sólo asomo de una pretensión de esta clase.

Las fiestas populares de hoy nacieron al socaire del calendario cristiano al paso de la historia. Unas veces aparecen unidas al patronazgo de la parroquia, o iglesia más importante, y otras conmemoran un acontecimiento, de ordinario dramático, como pestes, tempestades o nubes de langosta, del que el pueblo o la ciudad fueron preservados por milagro de tal santo o tal otro, según la piedad popular había entendido; o todavía tenían una razón más general: la de la celebración de la alegría por la recogida de las cosechas. Pero quizás animados por el galimatías habido en la liturgia de la Iglesia, y especialmente el traslado de la Fiesta del Corpus Christi, ha resultado fácil pensar que todo es cuestión de decidir o hacer la propia voluntad de un concejo, o de un directivo autonómico del departamento del Paisaje. Y ya ha habido casos en que, tras la correspondiente hermenéutica de algunos notables, que en un pueblo se ha celebrado la fiesta de fin de año con sus campanadas de las doce de la noche en el verano, y también la Semana Santa. Todo muy divertido, pero también algo preocupante como testimonio de que lo mismo da estar instalado en la verdad de las cosas que en la comedia de ellas. ¿O creyendo también que se domina el tiempo y el acaecer? Y que se puede volver de la vejez a la juventud, representando la comedia de ésta en medio de aquélla, y además llevando a cabo las ingenierias de moda, verdaderamente dramáticas e incluso trágicas.

Durante siglos, se ha apurado la alegría del vivir sin tratar de camuflar la realidad, o de simular que se la puede burlar e incluso dominar, mediante brujerías rituales o gramaticales, pongamos por caso, sustituyendo la alegría por la «calidad de vida», la enseñanza por la «calidad de enseñanza», el nombre de la vejez por el de «la tercera edad». Y tan firmemente se cree que somos señores de todo, que los metereólogos de la televisión reciben advertencias o indicaciones y amenazas cuando no anuncian el tiempo que tendrían que anunciar, y quienes les amenazan e insultan se comportan curiosamente al igual que los tiranos antiguos que mataban a los mensajeros que les llevaban malas noticias, Y, en este momento todo lo que es noticia, diversa a la que esperamos es agresiva y nos ofende, para determinar lo cual se ha convenido en un índice o tabla de conceptos, palabras y actitudes que nos ofenden o deben ofendernos a nosotros y a los demás porque se ha decido, que para eso hay libertad. Otra cosa es que precisamente tengamos que preguntarnos obligadamente, ante todos estos hechos, si estamos de veras en la simple cordura.