Opinión
Llorar sobre la abstención derramada
Dice Adriana Lastra, a propósito de la previsiblemente alta abstención de cara al «10-N», junto a la irrupción del partido de Errejón en el panorama electoral, que no siente preocupación alguna. Cuando un político se muestra tan lapidario suele ocurrir que en realidad lo que está es tentándose la ropa. La seguridad de la portavoz socialista contrasta con una verdadera inquietud trufada de incertidumbres entre los responsables máximos de la maquinaria electoral del PSOE, tanto cargos orgánicos como «gurús» de cabecera.
Los sondeos que venimos conociendo –incluido el último de Nc Report para este periódico– no solo señalan un más que raquítico crecimiento del partido de Pedro Sánchez a pesar de mantener la incontestable condición de primera fuerza, sino que marcan en elecciones generales uno de los porcentajes de abstención más acentuados en toda nuestra historia ergo, con no pocas posibilidades de toparnos con una situación bastante similar a la que ha propiciado el actual bloqueo y con un bipartidismo reactivado pero aún insuficiente para recuperar el control de la situación. La ola abstencionista viene acompañada de elementos no tan habituales en otras ocasiones, en una confluencia que recoge la decepción frente a la clase política, la desconfianza frente a la misma de la ciudadanía, la percepción CIS en mano de los políticos como protagonistas de los principales problemas del país y, lo que es peor, algo que nuestros dirigentes parecen no haber sabido leer y que no es otra cosa más que la brutal sensación de que llevan demasiados meses subidos sobre una nube de irrealidad que les hace creer que todo vale en su particular concepción del juego político y que les sitúa en un universo, no ya paralelo sino decididamente ubicado en las antípodas del día a día de la gente de a pie.
Esa distancia entre políticos y realidad social, fruto de la obstinación de los primeros por anteponer la táctica, la demoscopia y el interés de partido y creer que salen gratis situaciones como la actual, con instituciones sin renovar, funcionando a golpe de inercia y «servicios generales» es la que, tal como se teme en el gobierno en funciones, puede hacer emerger una parte del oculto Iceberg cargado de «cabreo» ciudadano en forma de toque de atención y auténtico «meneo» del electorado mostrando sus espaldas a la nueva cita con las urnas. Urge por lo tanto en nuestros dirigentes una mínima dosis de coherencia que les haga caer en la cuenta de que el multipartidismo, –ese que nos iba a orear el sistema– no ha llegado para ser flor de una legislatura, sino para quedarse al menos una larga temporada, por lo que más les vale ir aprendiendo a asimilar la nueva situación si no quieren, –además de marcar un negro borrón en nuestra historia– abrir las puertas del populismo tan facilón como peligroso, más cercano en última instancia a los totalitarismos que al respeto al estado de derecho. Espabilen o acabarán llorando sobre la abstención derramada.
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