Opinión

Violencia en Cataluña

A medida que se va conociendo la personalidad de los miembros de los CDR detenidos por sospechas de terrorismo se va dibujando un perfil particular: mediana edad, dependientes de las instituciones de la Generalidad, veteranos del movimiento nacionalista. Están lejos de lo que suele caracterizar los perfiles radicalizados de otras personas que han optado por la violencia en los países desarrollados: marginales fanatizados, individuos sin referencias, extraviados en un mundo en el que, por una u otra causa, no se reconocen. Así que se trata de evaluar la relación que existe entre la violencia y el esfuerzo de movilización independentista con la violencia.

Por un lado, más que pujanza y capacidad de iniciativa, el recurso al terror, si se confirma, vendría a revelar debilidad. A su vez, esta sería el signo de un cierto fracaso –a pesar de los avances de los últimos treinta años– del movimiento independentista. Todos los datos lo conforman, desde la menor movilización en la Diada, el retroceso en las encuestas, la división en el nacionalismo e incluso la sobreactuación, un poco delirante, en defensa de unos presuntos terroristas por parte de las instituciones, en particular del Presidente de la Generalidad y el Parlamento de Cataluña. La detención de los miembros de los CDR estaría proporcionando al independentismo una nueva oportunidad extraordinaria, que convendría aprovechar al máximo.

Por otro lado, esta misma reacción institucional, por así llamarla, podría también revelar una relación más estrecha de lo que se ha querido reconocer entre el nacionalismo catalán, ya independentista, y la violencia. Sin necesidad de remontarnos a los tiempos de Terra Lliure, está la admiración, bien publicitada, que la ETA y los etarras suscitan hoy en muchos círculos nacionalistas y, sobre todo, el ninguneo y el acoso practicado sistemáticamente contra quienes hacen pública una forma no nacionalista de ser catalán. Acoso tolerado y alentado desde las instituciones, e imposiciones que están afectando a la vida de centenares de miles de personas. No resulta descabellado pensar que era cuestión de tiempo que en Cataluña aparecieran, o reaparecieran, brotes de violencia. No será fácil decidir qué hay de debilidad y fracaso (no menos peligrosos por eso) y qué de empeño consciente, en esta posible violencia y en su relación con el actual nacionalismo catalán. Del diagnóstico dependerán las políticas que habrá que aplicar. Cuanto más correcto sea el primero, más cerca se estará de evitar rupturas y hechos irreparables.