Opinión

En la duda, kill ‘em

Woody Allen estrena película mientras los rompehuesos de la virtud lo acusan de menorero. Confunden estereotipo y hombre. En nombre de antiguas injusticias les parece fetén triturar a cualquiera. Ha sucedido antes. Los autoproclamados abogados de los underdogs, los supuestos campeones de los puteados, los que dicen actuar espoleados por la compasión siempre dieron por buenos los excesos, las ordalías y crímenes cometidos en nombre de la justicia.

Les importa una higa si les recuerdas que en el caso de Allen no hubo juicio porque nadie, ni los forenses ni los detectives ni los trabajadores sociales, dio crédito a la acusación en vídeo formulada por la niña de 7 años. Tampoco importa que Mia Farrow saliera con la cita tras descubrir que Woody se la pegaba con Soon-Yi. No es la primera vez que los estadounidenses se enganchan a la pulsión cainita y los delirios morales. De las brujas de Salem a las historias de pederastas en las escuelas, que acabaron en los años ochenta con decenas de maestros encarcelados, América sufre periódicas recaídas en el registro paranoico. No olviden que el fundador del FBI, Edgar J Hoover, grababa cintas de sus enemigos y estaba obsesionado con registrar sus gemidos. O que a Bill Clinton lo pasearon por sus líos con la becaria. En aquellos días solo ladraba la bancada puritana, mientras que ahora las voces punitivas llegan especialmente desde el otro lado de la trinchera.

Las ansias de prohibirlo todo, del piropo al porno, salieron de las iglesias picudas, con predicadores evangélicos de nudillos tatuados, y ahora pastan libres por los foros de lo que un día fue la izquierda y hoy incuba teas. Esto de Rosa Montero, hace un año: «En la duda, yo me inclino más hacia su culpabilidad, pero esto es irrelevante». Creen que defendemos al cineasta porque nos gustan sus películas y no se han parado a considerar que lo hacemos porque la acusación no hay por dónde cogerla y porque, en cualquier caso, preferimos abstenernos de arrojar a la gente a los cerdos, nos repugnan los linchamientos, y no digamos ya los equidistantes que los toleran y/o se encogen de hombros en las lapidaciones. Mucho menos vamos por el mundo convencidos de que el sistema es una mascarada regida por hombres malvados y la historia una película oscura, chunga, rica en conspiraciones e insidias. En la duda, inocente.