Opinión

El gran chivato

Cosas y personas no siempre son lo que parecen, ni parecen lo que son. Un iceberg no es todo lo que se ve. Que alguien vaya bien vestido no significa que sea rico. Que repita frases de pensadores célebres, no le convierte en inteligente ni en erudito. Que se proclame liberal, progresista, tolerante, ecologista, feminista, no significa que lo sea ni que, esto es lo más importante, coincida con la definición («mapa de la realidad») que cada uno tiene del mismo concepto.

Contenedor y contenido no siempre van de la mano. Las palabras, al estar al servicio del consciente, son fáciles de impostar. En cambio, el lenguaje no verbal (del cuerpo y rostro), y la voz están dirigidos por el inconsciente –el gran chivato–, que suele mostrar nuestra verdad interior. Por eso, al aunar el metalenguaje, una imagen vale más que mil palabras. Pase de lo que le dicen y céntrese en el cómo se lo dicen (gestos, expresiones faciales, tono de voz, etc.). Los soberbios, los egocéntricos acostumbrados a creerse el ombligo del mundo, los déspotas, los mediocres que han mutado en tiranos de andar por casa merced a una cohorte de adoradores y jaleadores, suelen culpar a los demás de todo, exigen, imponen, no argumentan, su verdad posee carácter universal.

Camaleones de la palabra –adaptan su discurso a las necesidades del momento, dicen lo que creen que el otro quiere oír–. Prometen pero no cumplen; usan personalidades de supervivencia, tienen un amplio abanico de principios según el objetivo. Se consideran con más derechos que los demás. Impostan una sonrisa y sacuden con la mirada... ¿Le recuerda esto a alguien? Mejor tomar nota del comportamiento y analizar si esa persona camina lo que habla, y viceversa. La congruencia y la coherencia son la prueba del algodón. El inconsciente nunca engaña.