Opinión
El surfista monclovita
Kelly Slater –probablemente el mejor surfista de la historia, no muy conocido entre el gran público pero todo un semi dios para los seguidores de este deporte– quedaría maravillado ante la pericia de Pedro Sánchez a la hora de surfear, con la mayor versatilidad y sentido del equilibrio las olas de la política española. El presidente en funciones y candidato socialista parece haber dado con la tecla, a la hora de mantenerse donde realmente interesa que es en la cresta de la ola, marcando la pauta y llevando la iniciativa. Lo que coloquialmente conocemos en términos deportivos como «estar en el partido», actitud que, a estas alturas de la película, no parece tan claramente contrastada en el resto de líderes que concurren a la repetición de elecciones.
Sánchez puede obtener un resultado mejor, parecido o incluso peor que el pasado 28 de abril, pero lo que está claro es que, con independencia de lo que ocurra dentro de 34 días en la nueva cita con las urnas, siempre tiene un plan de actuación debajo del brazo. Improvisado, oportunista, susceptible de ser reemplazado por todo lo contrario a las primeras de cambio o simplemente sin recorrido real, pero un plan.
El tránsito hacia el «10-N» tiene en la estrategia del PSOE y la decisión de optar por un nuevo reparto de cartas en la confianza de obtener una mejor mano, dos líneas paralelas pero absolutamente distintas. Una es la firme decisión de marcar la pauta y agenda de precampaña, ofreciéndose como única fuerza hegemónica capaz de afrontar los desafíos territorial y económico, un partido con vocación de vuelta a la «casta» higiénica y desinfectada acogiendo todo lo positivo que garantiza lo institucional. Toca envolverse en la bandera de España y tampoco se va a desaprovechar un goteo de nuevos sui generis «viernes sociales» con medidas y brindis al sol bien elegidos y repartidos. Se trata de anteponer la imagen de única formación política capaz de colmar el anhelo de millones de ciudadanos de ser por fin gobernados al reproche por no haber sido capaz de tejer un acuerdo de gobernabilidad tras haber recibido el encargo del Rey.
Pero la otra línea es mucho menos susceptible de encajar en la estrategia o en la táctica política, puro vértigo y nudos en el estómago de los responsables de campaña socialista. Se trata, por un lado de la situación en Cataluña –esta semana ya se ofrece como especialmente complicada– con elementos que pueden hacer saltar por los aires cualquier previsión, todos ellos pendientes de la sentencia del «procés» al caer en unos días y por otro lado de una situación económica que empieza a mostrar otra nueva crisis en puertas.
Los pesimistas datos del INE sobre un menor crecimiento, el Brexit, las consecuencias de las medidas arancelarias de Trump y el evidente frenazo del consumo certifican que, lo que se esperaba como una ola con efectos atenuados y dosificados a lo largo de los próximos meses, puede aparecer en nuestra plácida playa de golpe y porrazo empapándonos de pies a cabeza. Justo esta es la que Sánchez teme no poder surfear... y no faltan razones.
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