Opinión
Justicia y política
Los duendes de la imprenta, como se decía antes, y sobre todo el despiste de quien esto firma llevaron a la aparición ayer, en las páginas de este periódico, de una reflexión sobre la sentencia del Supremo que data de algunos meses atrás. Estábamos entonces en la fase oral, cuando desfilaban por las Salesas los testigos y en sus palabras aparecían una y otra vez ejemplos de violencia desplegada durante los hechos de hace dos años. Las dudas del primer momento, cuando las primeras polémicas sobre la naturaleza de los hechos, habían quedado atrás ante testimonios tan evidentes, al menos en apariencia.
La realidad era más complicada, y el Tribunal Supremo se ha decidido por la valoración que a muchos pareció la más verosímil desde el primer momento, como es la de la tipificación de un delito de sedición y no de rebelión. Y la lectura de la sentencia, a pesar de su prolijidad y su complejidad, justifica esta decisión. No constituye un argumentario ajustado a posteriori para justificar un resultado determinado. Parece más bien un razonamiento que intenta abrirse paso en un entramado de hechos y de valoraciones jurídicas muy complejo hasta llegar a una decisión cuya naturaleza no era evidente en un primer momento.
La sentencia guarda el rastro, valioso en sí, y no sé si raro en la literatura jurídica, pero fascinante, de un debate a fondo. El resultado es discutible, como sabe mejor que nadie –por lo que sugiere el texto– el propio Tribunal. Pero no cabe duda de la honradez intelectual con la que se ha emitido. Como además los miembros del Tribunal debían de ser perfectamente conscientes de que la sentencia tendría efectos políticos, fuera cual fuese su contenido, no han dejado de tener en cuenta esta dimensión en el propio texto. Los jueces invitan a revisar cuestiones como la de la participación de los partidos políticos en la acción penal mediante la iniciativa popular, la posibilidad de reformar la Constitución, el papel de los fiscales en la concesión de grados penitenciarios… Todas ellas reflexiones sobre el gozne entre política y justicia hechas a partir de un momento en el que la clase política dejó en manos de los jueces la resolución de problemas que les atañen a ellos. Ahí reside la ironía de esta sentencia, obra de un Tribunal que acepta cumplir el deber que le incumbe, pero que no parece dispuesto a pasar por ingenuo.
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