Opinión

Empacho de arengas

Un amigo mío, dueño de una empresa de bricolaje, llamó esta semana a Barcelona para excusar –dadas las circunstancias– su asistencia a una feria del sector. El organizador, propietario de una tienda importante de ferretería, casi se le echa a llorar por el teléfono. «Por favor –le espetó–, no dejéis de venir, bastante aguantamos día a día para que, encima, nos arruinen el negocio». Al final, parece que celebran el encuentro. Este es el clima en Cataluña, donde más de la mitad de la población es reo de dos millones de personas determinadas a imponerse sobre la voluntad de los demás. Se dirá que los constitucionalistas no han hecho nada para defenderse, pero los ciudadanos comunes no suelen ser héroes. Apenas aspiran a vivir en paz, trabajar, sacar adelante a sus hijos y morir en su tierra. Cuentan, como la mayor parte de nosotros, con la protección del Estado, justamente lo que ha faltado aquí. Durante décadas los independentistas han vendido un relato de la Historia, han adoctrinado en la escuela, han cubierto de insignias ilegales las ciudades, han generado un pueblo de visionarios que se levanta mirando el calendario de las butifarradas indepes, las manifestaciones, los mítines. Viven para eso, es su fe, la que ha sustituido el antaño vigoroso catolicismo catalán.
El Gobierno en funciones, tras la mesurada sentencia de los jueces, esperaba poder encauzar los ánimos permitiendo cierta expansión. Contaba con que las calles se alterasen con indignación contenida y, finalmente, se apagasen. Prohibir del todo la respuesta a la condena judicial era impensable, puesto que TV3 y los líderes llevan meses calentando el ambiente con total impunidad. Una semana de vandalismo, grandes marchas, huelga y santas pascuas. Eso pensó Pedro Sánchez. Y hasta calculó el rédito electoral.
Pero las cosas no son tan fáciles. Por muy satisfecha que esté ERC con la sentencia (los golpistas tardarán nada en recibir los permisos de segundo grado) son las bases las que están mal sintonizadas. Les han arengado en demasía, les han prometido el paraíso en la tierra y ahora es imposible frenarlas en seco.
Los chicos que han quemado ruedas y enseres en las calles de Barcelona no eran los de la ANC u Omnium Cultural. Eran los ninis catalanes –que también los hay– encapuchados y alentados a jugar al nacionalismo. Esperemos que no salte la chispa. Que los constitucionalistas no entren al trapo de la constante provocación. Que aguanten los cortes de carreteras, los problemas de sus negocios, la huelga. De otro modo, habrá que aplicar la Ley de Seguridad Nacional y el 155. Y no será mala solución, pero tal vez advenga cuando tengamos peores cosas que lamentar que una feria de bricolaje en peligro.