Opinión
De dimensión histórica
Que un político se instale en la megalomanía de la trascendencia histórica puede ser comprensible cuando en el balance de su acción de gobierno hay poco o nada sustantivo que reseñar. Al fin y al cabo, los hechos de esa naturaleza son muy infrecuentes y, por eso mismo, proyectan la fama de quienes los protagonizan más allá de la desmemoria que, al final, va sumiendo en el olvido a casi todos los que, en algún momento, han transitado por los aledaños del poder. Como, en una de sus «Rubaiyat», escribió hace un milenio el poeta persa Omar Khayyám, «por el destartalado mesón que es este mundo, cuyas únicas puertas son la noche y el día, ¡qué de altivos sultanes fastuosos y opulentos pasaron un instante y luego se marcharon!» La potestad y la gloria son casi siempre efímeras; y por eso mismo, la tentación de escapar a su fugacidad acaba siendo, para algunos, obsesiva.
Mucho de esto hay en el asunto de la exhumación del cadáver de Franco y de su traslado fuera del Valle de los Caídos. Pedro Sánchez no es precisamente un gobernante que acumule, uno tras otro, encomiables éxitos en su periplo presidencial. Logró hacerse con las riendas de la gobernación tras una carambola seguramente irrepetible, pero luego no supo orientarlas hacia ningún objetivo tangible que le hiciera merecedor del reconocimiento de los españoles. Y así, en julio pasado, acabó siendo el único candidato a la presidencia del gobierno con dos investiduras fallidas en su haber. Entró de esa manera en una transitoriedad que mostró, con toda crudeza, su orfandad de blasones y provechos. Es entonces cuando, sacando fuerzas de flaqueza, retomó la idea de extraer al dictador de su albergue, invocando un antifranquismo sobrevenido y, por persona interpuesta, dando a su decisión un carácter de «dimensión histórica» –según Carmen Calvo– y de «victoria de los vencidos» –según Dolores Delgado– e inundando en lágrimas de emoción –las de Adriana Lastra– su anuncio.
¿Qué quedará de todo esto pasado mañana o al otro o cuando sea, si alguna vez ha de ser? Seguramente nada. Tal vez alguno de esos treintañeros que, incomprensiblemente, sollozaban el otro día en Cuelgamuros al ver que el mausoleo se cerraba al público, siga compungido una temporada. Acaso refunfuñen algún tiempo los nostálgicos del franquismo que aún quedan en tan exiguo número que están a punto de extinguirse. Y es posible, incluso, que los socialistas traten de airear su pírrica victoria sobre el espectro de Franco durante la campaña electoral. «Hecho histórico» dirán en medio de la general indiferencia, pues lo verdaderamente histórico fue que Franco muriera en una cama de hospital.
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