Opinión

«10-N» a «tiro de piedra»

Los políticos españoles se han pasado demasiado tiempo ignorando un problema catalán que ha acabado por echarse encima de todos nosotros, entrando en nuestras rutinas a través de una puerta de sangre y fuego, en cada imagen de los luctuosos sucesos que se suceden en las calles de Barcelona o en cada declaración de Torra y sus secuaces tanto encapuchados como adosados a cargos públicos y pingües sueldos, pero también en gran parte de los pasos renqueantes dados por los gobiernos de los últimos años, más preocupados por el juego político, la demoscopia y los movimientos de salón que por afrontar el desafío secesionista más grave planteado en siglos a la nación española.

Rajoy fue el primero en contemplar desde la Moncloa toda una declaración de independencia y solo los complejos y los reparos a tapar futuras vías de posible solución dialogada bastaron para impedir una aplicación del «155» desarrollada y ordenada en su duración, frente al inmenso error que supuso truncarla antes de tiempo. Error que se pagó muy caro en términos de calcinamiento del PP y de vuelta como ahora comprobamos al odio entre catalanes. No entendieron nada, de igual forma que hoy pasada una semana del secuestro de la libre circulación de los ciudadanos o de su derecho a acudir al trabajo o a la universidad, tampoco el nuevo Gobierno de Pedro Sánchez parece hacerse cargo de nada que no vaya más allá de la estrategia electoral o de la ingenua confianza en no cercenar «diálogos de futuro» con una Esquerra Republicana a la que todavía se contempla con la esperanza de que acabará dando el paso de renunciar a la vía unilateral de independencia y de rebote abandonar a Torra a su suerte. Simples chinchetas sobre el mapa demoscópico de la Moncloa y más «fichitas» en un estratégico juego de mesa que puede saltar por los aires si lo que está ocurriendo en Cataluña termina por escapar a todos los controles del «buenrollismo» desesperante con el que por momentos el Ejecutivo parece contemplar la batalla campal que se vive en un territorio del estado.

Cataluña, –antes desde la estabilidad institucional, ahora desde el chantaje separatista– no sólo ha sido siempre clave para la política nacional, sino que ha evidenciado las más acentuados complejos de la derecha y de la izquierda españolas. De la primera por creer que la aplicación de la ley hasta sus últimas consecuencias les restaría «pedigrí» democrático y de la segunda por su infantil y a veces letal convencimiento de que solo ellos están ungidos para entenderse con un nacionalismo al que ingenuamente se pretende calmar con interminables y nunca suficientes concesiones. Pues bien, para situar a cada cual frente a su particular espejo y certificar que la actual gestión sobre Cataluña puede volver a llevarse a más de uno por delante, ahí mismo aguarda el «10-N», ya saben… a «tiro de piedra».