Opinión

Víctimas del caos interior

Lo acontecido la semana pasada en Barcelona invita a reflexionar acerca de cómo el ser humano externaliza la relación que tiene consigo mismo o con ciertos aspectos de su psique. La violencia es la expresión de los conflictos no resueltos, de la escala de valores y principios que cada uno tenemos. ¿Somos violentos o nos comportamos violentamente aún sin serlo? Mientras, hay quien estructura su psique con el verbo «ser» –se crea una identidad de violento–, otros, sin serlo, se comportan circunstancialmente como tal. El exterior, el entorno, puede llegar a ser determinante para algunos, por lo que aprovechan uno caótico para sacar a pasear sus frustraciones. El exterior es un reflejo del interior, y viceversa. Una persona entre cuya escala de valores estén, por ejemplo, la empatía, el amor, la conciliación, la libertad, el respeto... difícilmente encontrará atractiva la violencia. Podrá enfadarse, pero no será ni vengativo ni la ira asumirá las riendas de su vida, excepto que suceda algo que rompa su equilibrio interior y dé al traste con algunos de sus principios fundamentales. Llevarse mal con la frustración conlleva una abjuración del sentido común y de la responsabilidad.

Luego, no es de extrañar que quien viva en perpetua relación de conflicto consigo mismo, haya normalizado la violencia o ésta le parezca atractiva. Aquellos que no se aguantan a sí mismos, para alimentar y disimular su contrafobia se apuntan a un grupo fanático. Así, en grupo, buscan un chivo expiatorio al que señalar y hacerle pagar su frustración vital.