Opinión
¡La EPA, insensatos, la EPA!
Descontada la muy efectiva y secular superioridad moral esgrimida frente a los adversarios ideológicos, solo existen dos terrenos –por otra parte nada menores– en los que, cuando vienen mal dadas la izquierda se enfrenta a un déficit de argumentos, que suele dar en términos electorales y de aceptación pública con una casi sumisa agitación de la bandera blanca y con la entrega de llaves del huerto cubierto de tierra quemada para que sean otros quienes entren con el mandato de nuevas siembras y brotes verdes. Una es la economía, que cíclicamente ha dado durante las últimas décadas con una curiosa alternancia entre quienes han empeñado hasta la última joya de la abuela para repartir lo que no se tiene y quienes llegan para pagar la cuenta de la fiesta a costa, eso sí, de la impopularidad que les acaban acarreando las medidas para recuperar lo perdido. La otra es sin lugar a dudas el orden público, sobre todo cuando las cosas se desbordan poniendo en riesgo la seguridad de los ciudadanos, la propiedad privada y la libre circulación con el inevitable incremento del clamor general por una mayor presencia de las fuerzas de seguridad del estado frente a quienes pretenden gobernar supeditando esa seguridad a tacticismos de partido y rancios complejos ideológicos. Ambas amenazan con confluir en una, de momento controlable tormenta perfecta contra los intereses electorales del PSOE a cuenta de unos cálculos en el momento de convocar nuevos comicios que tal vez muestren hoy una línea de desviación más acentuada de lo previsto y deseado. A la situación en Cataluña con un independentismo en las instituciones que no acaba de volver a traspasar las líneas rojas de la legalidad justificando así una nueva aplicación del «155» y con una calle bastante más caldeada de lo esperado se suma un descenso en las expectativas económicas que lejos de aventurar un aterrizaje suave y sin grandes daños colaterales amenaza en convertirse en auténtica «galleta». El pasado jueves asistíamos a lo más parecido a un akelarre mediático en el que la exhumación de los restos de Franco y su traslado –entendemos que definitivo– a Mingorrubio se mostraban como el «antes» y el «después» en la razón de ser de una democracia, dicho sea de paso forjada por nombres y apellidos de la transición que ni por asomo experimentaron urgencia alguna, ni por remover lo que una reconciliación nacional había sellado, ni por galas de «eurovisión» como la vivida en la sierra madrileña. Un espectáculo ante el que probablemente una significativa parte de españoles no concernidos por Franco, la guerra civil o la dictadura más allá de los libros de historia miraron con distante curiosidad más que con pasión o pura emoción. Son precisamente esos españoles jóvenes en su mayoría y con la mirada puesta en su futuro, los que contemplaban hace cuatro días el peor dato de la «EPA» en siete años, especialmente duro para los demandantes de primer empleo y en contraste con el zumbido de un helicóptero transportando un sarcófago. Franco ya está fuera del mausoleo y puede que ya vaya tocando lo de agarrar por los cuernos este toro de la «EPA»… o no, ¿EPA? ¿qué EPA?
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