Opinión

Ellos también lloran

«Todo es verdad en algún ser humano y todo es falso en alguno». El neofeminismo (hembrismo) ha instalado la idea de que los hombres, por el hecho de serlo, carecen de sentimientos y ni sufren ni padecen. Empero, hay muchos ejemplos de padres destrozados al perder a sus hijos en circunstancias dramáticas, de hombres que cuidan de sus padres ancianos o se ocupan de sus hijos sanos y enfermos. Esas mujeres «acuseiner», al negarles a ellos ciertas capacidades como la compasión o el sufrimiento, practican aquello tan viejo del «ver la paja en el ojo ajeno pero no la viga en el propio». La empatía, el amor, son capacidades inherentes al ser humano, no al sexo femenino, por lo que cualquiera con alma puede relacionarse con sus semejantes de forma sana y asertiva. El hecho de que sean más los casos conocidos de inhumanos hombres acusados de haber asesinado a mujeres o de haberlas violado –las fechorías perpetradas por ellas no gozan de la misma publicidad–, no excluye que los haya con capacidades con tanta humanidad o valía como aquellas que albergan las mujeres. ¿No sería mejor dividirnos en humanos y humanoides? Estos últimos son los hombres y mujeres capaces de perpetrar las mayores atrocidades, maldades, miserias y demás negruras. La mujer que practica el externalizar el lado oscuro habla mal de un hombre y le acusa de aquello que, en ella, no soporta. En cambio, la que ha cohesionado su animus y su anima, concede a los hombres la posibilidad de sentir. Estamos condenados al conflicto de seguir practicando el despropósito de adjudicarles sexo a las capacidades. Algunos hombres, sí, lloran y mucho.