Opinión
Salir por piernas
N o cabe duda de que este país, acostumbrado a las más duras penitencias, es capaz de resistirlo todo, como votar una y otra vez para que alguno de los partidos que subvencionamos se digne a gobernarnos o resistir, el pasado día 4, hasta las tantas de la madrugada un «decisivo» debate entre las grandes formaciones donde nada nuevo logramos escuchar, pese a nuestra infinita paciencia. El horario hubiera debido ser otro bien distinto, porque la falta de sueño también mata. Vivir en España (nuestro inolvidable Luis Carandell lo redujo a Madrid) se ha puesto durillo. Vivimos agobiados por la omnipresente política (o arte de gobernar) que nos asalta continuamente y, ahora, en Barcelona hemos alcanzado los límites de lo soportable, porque ya no son únicamente voces, sino sustos, alarmas, rumores violencias que, por fortuna, no han alcanzado un límite no sé si deseado. Larra acertó en la frase que se arrastra de uno a otro siglo, en la que asegura que «escribir en España es llorar». Algo paralelo podría decirse ahora del vivir aquí. Pese a que nos distingamos por valorarnos como uno de los pueblos más felices del planeta, con nuestro cante jondo, castellers, la jota y tantas maravillas como nos rodean, también se llora y no precisamente a causa de risas exageradas. Ante la algarabía política y el panorama desesperanzado, tristón, que planteaban los líderes del debate lo primero que se nos ocurrió fue lo de salir por piernas de esta bendita tierra que se despuebla y tiende a la desertización. Pese a ello, andamos a la greña discutiendo cuántas naciones la pueblan y cómo lograr desmantelar una sociedad de mínimo bienestar que tanto costó lograr.
Lamentablemente los ecos del guerracivilismo no se han desvanecido, tal vez inconsciente fruto de aquella Formación del Espíritu Nacional antidemocrática que acompañaron a mi promoción durante todos los años del Bachillerato y hasta los dos primeros de Facultad. Asimilamos por acción o reacción, unas, creíamos, ineficaces asignaturas que calificábamos de «marías» y que supusimos haberlas olvidado, que nunca influirían en las nuevas generaciones. Pero parecen adheridas aún a nuestras formas de vida. Ante estas perspectivas lo primero que puede pensar uno es, además del «Sálvese quien pueda», la frase más terrible del mundo marinero, el terráqueo «Salir por piernas», aunque el idioma goce de múltiples fórmulas paralelas con casi equivalente significado. Más tarde nos vendieron el multipartidismo, cuántos más, mejor. Nada de bipartidismo (que bendijimos). Y ahora nos llega otra fórmula propia del multipartidismo mal entendido, el bloqueo. Todos los políticos juegan al déjenme sólo. Y en ello descubren también su intrínseca soledad, porque el homo politicus está concebido para la participación pública: la empatía. El resultado negativo se transforma en aislamiento mutuo, insatisfacción generalizada, la incógnita de qué va a suceder tras las elecciones generales o nos veremos obligados a otro volver a empezar. Este panorama, en el que los pacientes ciudadanos se transforman en meros pacientes, nos induciría –de ser posible– a salir por piernas y a la mayor velocidad. Aunque, ¿hacia dónde? No podemos embarcarnos como antaño en un galeón y explorar los mares, en los límites de una Tierra que advertimos que no era plana tras la cual no se agitaba aquel mundo de monstruos. Ya sabemos hoy lo que queda al otro lado, Trump y su impecable y misterioso peinado inamovible, partidario de los más altos muros que aquí algunos desean imitar.
Nos acercamos a otra etapa, unas elecciones que ni siquiera sabemos cómo van a finalizar, si finalizan en alguna ocasión, porque la táctica partidista se reduce al aislamiento. Cada quien a su bola, aunque se observen ya los múltiples recosidos. Tal vez los votantes nos devuelvan a una realidad que nunca acabará de gustarnos, pero habrá que apechugar con ella. Por todo ello, por las mentiras que se lanzan en la campaña sin ningún rubor, exageraciones, falta de perspectiva histórica e incultura de los líderes nos entristecemos. El ambiente se ha tornado irrespirable y no sólo en Cataluña, donde las fracturas fanáticas llegan al seno de las familias para lograr que aquel faro, antes industrial y hoy turístico, sea observado como otro paraíso. El empresariado, que ya recogió bártulos, nada espera y se puso de perfil. Como los incendiarios, cuanto peor, mejor. Junto a otros muchos, quisiera salir por piernas, evadirme de ese tufo mal llamado político que, me temo, no va a solucionarse con meras papeletas en las urnas con los idénticos salvadores de patrias. Las generaciones hoy dominantes parecen aún menos reconciliables que las anteriores y los extremismos sientan las bases para eternizar odios ancestrales. Estamos en una Europa débil, con una Alemania, cabeza de león, en recesión económica, esforzada en limitar los avances imparables de su extrema derecha, regresar a parte de un nazismo que creímos definitivamente enterrado en lugar secreto. Poco podemos esperar de esos poderosos socios en problemas. Aquí crecen los millonarios como setas. Deberían mostrarnos las claves de sus éxitos. Vamos a convertirnos en el país rico con mayor número de pobres. Pero mañana, reflexión, silencio y suerte el domingo. Y, si conviene, salir por piernas.
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