Opinión

¡Adiós, Albert!

Creo que fui el primero que lo entrevistó en una radio de ámbito nacional. En aquel entonces, nadie daba por él un euro a pesar de que su lucha era obligada y consistía en enfrentarse con el nacionalismo catalán en casa. Me pareció ágil, brillante, elocuente y escandalosamente joven. Me cayó muy bien. En un momento dado y ante la deriva desastrosa que Rajoy estaba imprimiendo al PP –y cuyos nefastas consecuencias se extenderán, previsiblemente, por décadas– vi con ilusionada expectativa su salto a la política nacional. Ciudadanos no me convenció nunca. No porque creyera que era una nueva Falange –una maldad lanzada por la izquierda– sino porque veía a sus componentes y me percataba de que, en no pocos casos, eran gentes de aluvión que lo mismo podían ir a la izquierda que a la derecha sin demasiadas convicciones morales. Allí lo mismo habían recalado los siervos de Soros que los que afirman que la Inquisición era una ONG compasiva pasando por los aspirantes a zampar caterings ajenos. Supongo que por esa razón nunca los voté y cuando conocí algunos de sus apoyos me reafirmé en mi visión. Aún se me pusieron más los pelos de punta cuando descubrí algunas de las operaciones para torcer la voluntad de Rivera en peligrosas direcciones concretas. A estas alturas y salvo prueba en contrario, estoy convencido de que la resistencia de Rivera –quizá ingenua, quizá idealista– a doblegarse a esas maniobras orquestales en la oscuridad ha implicado su final. He visto demasiados partidos perecer ante una operación mediática bien arquitrabada y este verano comencé a anunciar que a Ciudadanos lo estaban preparando para el oportuno degüello. Rivera hizo lo que pudo, pero en el último debate electoral me recordó al boxeador que ha sido el mejor y ahora apenas se sostiene sobre las piernas al final del combate. Me acordé del espectacular Cassius Clay convertido en añoso y penoso Muhammad Alí de los últimos años. Su despedida me hizo rememorar la de Suárez tras el desastre del CDS. Fue elegante, caballerosa, digna y noble. Es decir, se pareció bastante poco a la actitud común de los políticos españoles como alguno que sale de vez en cuando del ataúd para aparecer en televisión a la espera de que lo repesquen. Personalmente, deseo a Rivera toda la suerte del mundo. Con todas las discrepancias, es indudable que sirvió a España.