Opinión
Odio y espumarajos verdes
Reflexionaba el «influencer» que si el que te roba la cartera es el carterista… ¿deberíamos entender que el que te roba el progreso es el progresista? La palabra de marras lleva ya demasiado tiempo tan secuestrada y manoseada en poder de los mismos que prácticamente ha perdido todo su sentido, más allá de justificar cualquier iniciativa, en muchos casos de dudosa higiene política empezando por el impulso de pretendidos «gobiernos de progreso» y continuando con su recorrido plagado de no pocas «lindezas». Y es que infalibilidades como la papal solo tienen parangón en el marchamo de denominación de origen que imprimen a fuego los profetas de esa izquierda con «pedigrí» anclada hoy más que nunca en sus cordones sanitarios, previo reparto del carnet de progre sellado contra impurezas librecambistas o anomalías fascistoides. Tal vez por ello el dirigente podemita Pablo Echenique nos deleitaba esta pasada semana durante los primeros compases de la borrachera «Syriza ibérica» propiciada por el anuncio «relámpago» del preacuerdo Sánchez-Iglesias, con toda una catirinaria propia de quienes van tomando posiciones ante el próximo reparto de cargos por Navidad, al afirmar que la «extrema derecha» ya supura odio y espumarajos verdes ante la esperanza de un gobierno –cómo no– progresista. Echenique es exponente de ese beneficio de «mamandurrias» derivado de la concesión de doctorados académicos con minúsculas, rosarino como Messi y condenado igual por defraudador fiscal o refundador de nuestras asignaturas de geografía y de historia tras señalar a Aragón como entidad independiente de España desde tiempo ancestral y estableciendo la nueva frontera colindante entre las provincias de Zaragoza y Albacete, pero sobre todo, a pesar de las tarjetas amarillas acumuladas en su carrera política empezando por las de su propio partido, donde cesó como secretario de organización tras el descalabro electoral de primavera es ejemplo puntual de una manera de entender la política común a quienes por encima suyo y con mayor capacidad decisoria no muestran escrúpulo alguno en hacer por la tarde lo contrario de lo dicho por la mañana o en aplicar la máxima de «lo mío es mío, lo de los demás es de todos». Progresismo se corresponde hoy por lo tanto con la visión «gore» de verdes espumarajos ultraderechistas en la simple duda ante el advenimiento de un gobierno como que el que asoma, ante la identificación de diálogo en Cataluña con la creación de una mesa de partidos con un referéndum pactado como posibilidad a medio-largo plazo, ante la oposición frente a la utilización de la memoria histórica como instrumento del revanchismo revisionista, ante la defensa de una sanidad universal que no demonice lo privado ni sublime aborto y eutanasia, ante el temor a la asfixia de la enseñanza concertada, o ante el irresponsable disparo del gasto público, las consiguientes subidas de impuestos o la intervención del mercado de alquiler, entre un amplio elenco de «progresismo» que, de entrada, propone el socio preferente de Sánchez para su gobierno. O asumes el trágala, o eres derechoso… qué digo, ¡facha! y lo peor es que cuela.
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