Opinión

Aprendices de Pinocho

Colorear la verdad o darle una versión personalizada a la realidad es práctica habitual en general y, sobre todo, en aquellos situados en la cumbre de la pirámide social. Será por eso que es tan fácil ‘darla con queso’ a tantos. De no ser habitual, que no normal, quien usa la mentira con tanta facilidad como respira, no lograría prosperar entre quienes dan crédito a sus palabras sin fijarse en lo más revelador, las conductas: ¿se es congruente o no con lo que se habla? Si uno, por no enfrentarse a la dura realidad, se miente a sí mismo, será presa fácil del que miente con desfachatez para lograr sus fines ya sean políticos, sociales, personales o variopintos. La mentira nos hace felices mientras se retrasa el coscorrón vital que, tarde o temprano, se pega quien va de noche por la carretera de la vida con los faros apagados y a todo gas. La frustración es la compañera incómoda de la mentira por eso, quien se miente, tolera que le mientan, y cuando se da de bruces con la realidad, elude la responsabilidad y se queja y echa las culpas al ‘chachachá’, olvidando que ‘nadie nos hace nada que no le consintamos’. Una sociedad inmadura a nivel psicológico que gusta de engaños y actitudes infantiloides tipo ‘lo mejor está por venir’ o ‘me encanta que me cuenten milongas’, está abocada al fracaso pues no verá venir el peligro –ni en lo personal ni en lo social-. Responsabilidad, rebeldía, osadía, valentía y amor propio es la ‘fórmula ideal’ para desenmascarar a engatusadores o aprendices de Pinocho. La verdad, a veces, será incómoda pero permite diseñar una estrategia de supervivencia o una solución. Por eso, es determinante la actitud con la que nos relacionamos con los acontecimientos, máxime con aquellos que no podemos influir.