Opinión

Los otros héroes de Baler

Durante este año se ha recordado la gesta de un puñado de españoles que resistieron durante 337 días el cerco de independentistas filipinos dentro de una pequeña iglesia del pueblo de Baler, situado al borde de la bahía y río del mismo nombre en la filipina Isla de Luzón,

A la conmemoración se ha unido lógicamente el Ministerio de Defensa y concretamente el Ejército a través del Museo del Alcázar de Toledo y de la Comandancia General de Baleares, una de cuyas unidades es heredera del Historial y el nombre de Filipinas. A punto de cerrar el año, debo hoy resaltar la importante aportación de la Subdirección General de Publicaciones del Ministerio al ofrecernos una muy bien documentada sexta edición, de la obra escrita en 1904 por el ultimo mando de aquel duro cerco, el teniente Martín Cerezo, cinco años después de levantarlo el 2 de Junio de 1899. Recoge un brillante artículo de Azorín de la edición de 1946 y testimonios de tropas norteamericanas que conocieron in situ la gesta que mereció los párrafos de un decreto del propio Presidente de la nueva República, Emilio Aguinaldo, firmado el 30 de Junio de 1899: «Habiéndose hecho acreedoras las fuerzas españolas a la admiración del mundo, por el valor, constancia y heroísmo con que aquel puñado de hombres aislados y sin esperanza de auxilio alguno, han defendido su Bandera por espacio de un año,… no serán considerados prisioneros, sino al contrario como amigos…»

Bien sé que no están los tiempos para hablar de héroes. Pero aquellos residuales 33 hombres, si lo fueron, con mayúsculas. Y lo reconoció toda España, muy especialmente la ciudad de Barcelona –su Ayuntamiento al frente– que los recibió en su puerto. No me atrevo a pensar lo que sucedería hoy.

Por supuesto, 337 días de asedio ante un enemigo que consideraban inmisericorde, alejados de posibles apoyos, desconocedores de la evolución de la guerra, no pueden estar exentos de tragedias –deserciones, indisciplinas, mediaciones, muertes– y se sigue prestando a interpretaciones, cuando tan difícil es, en mi opinión, ponernos en las circunstancias de la guerra de 1898 con parámetros de 2019. Ya lo adelantó el teniente Martín Cerezo: «Renuncio a manchar este libro con el relato de la torpe invención hecha cobardemente por envilecer a los defensores de Baler, pensando acaso que ninguno permanecería con vida si la Iglesia hubiese sido tomada al asalto».

Repasemos en qué circunstancias se defendieron aquellos soldados a partir de Febrero de 1898. En una España convulsa, muy marcada por la guerra de Cuba, en Agosto de 1897 había sido asesinado el Presidente del Gobierno Cánovas. Sagasta le sucedería prácticamente en todo el tiempo que referimos. El 23 de Diciembre de aquel año se firmaba con la insurgencia filipina el pacto Bic-na-bató de cese de hostilidades. Se quebrantaría en Marzo del siguiente año, casi al tiempo en que nuevamente se disolvían nuestras Cortes (26 de Febrero) y estallaba el «Maine» (15 de Febrero) en el puerto de La Habana. El 25 de Abril el Congreso norteamericano declaraba oficialmente la guerra a España. El 1 de Mayo el almirante Dewey se hacía con Cavite destruida la escuadra de nuestro almirante Montojo. El 14 de Agosto tropas USA entraban en Manila. Aquel Diciembre de 1898 se firmaría en París el Tratado de paz impuesto por Norteamérica, por el que cedíamos Cuba, Puerto Rico y las Filipinas.

Pero el relato que añado a Baler y que recoge la publicación, se refiere a un intento humanitario de tropas norteamericanas en favor de los sitiados. La iniciativa habría partido del Arzobispo de Manila Bernardino Nozaleda acudiendo a la «nobleza de sentimientos» del almirante Dewey. Lo cierto es que este despachó al «Yorktown» en Abril de aquel 1899 a la bahía de Baler con la misión de rescatar a los sitiados, misión que terminó en tragedia. La relataría posteriormente el entonces Teniente Gillmore. Refiriéndose a que «la crueldad y deslealtad de aquellos insurrectos filipinos no era desconocida entre nuestras tropas», lo cierto es que de 14 marinos norteamericanos desembarcados, tres murieron , cuatro resultaron heridos y el resto se sumaría a los prisioneros españoles –unos 600 refiere– que no se liberarían hasta Enero de 1890. «Partimos dejando a nuestros muertos y moribundos (sic) llevando a los heridos con nosotros; pasamos cerca de la Iglesia, donde la guarnición española continuaba sitiada; la bandera española ondeaba en la parte más alta de la fortaleza; confieso que me hizo bien verla allí».

¡Deberíamos estar orgullosos de que hubiese muchos más héroes que los 33 de Baler!.

¡Por supuesto bajo nuestra y otras banderas, incluso las de la insurrección!

Todos merecen hoy nuestro respeto.