Opinión

La brida maldita

Siempre

digo que es preciso que el Estado de Derecho nos frene los

sentimientos para que actuemos con contención y no como las bestias

que en definitiva somos. Pero hay momentos y momentos. Ninguno como

el que debe de estar viviendo la familia Quer. Si a todos se nos

revuelven las tripas al escuchar el modus operandi del asesino

confeso de su hija y al verle reconstruir la escena a carcajadas,  a

ellos debe de partírseles el corazón. Ahora que tantos compartíamos

su esperanza de que la compensación al dolor fuese la prisión

permanente revisable, el juez devuelve un veredicto al jurado por

«errores formales». El quid de la cuestión está en si el

chicle asesinó a la chica con la brida o sin ella y en si la agredió

sexualmente. Sin esos dos factores, parece que el crimen no podría

ser considerado tan horrendo ni él, un peligroso depredador sexual.

Lo mismo da que  cuente con violaciones o intentos de rapto

en sus antecedentes y que secuestrara a la niña con las peores

intenciones... Si no se puede demostrar que las cosas pasaron como

está recogido en la ley que deben de ocurrir para poder penalizarlas

con la máxima dureza, será imposible hacerlo. Nuestra justicia

parte de la presunción de inocencia y de demostrar nuestra

culpabilidad. Pero acogota pensar que un tipo que secuestra a una

niña con las peores intenciones, la asesina y oculta su cuerpo en un

pozo durante quinientos días, pueda tener a su favor alguna cuota de

inocencia. Aunque la matara «accidentalmente» como asegura, y con

sus propias manos y no con esa brida maldita.