Opinión

¿Derecha? ¿Qué derecha?

¿Adivinan cual será uno de los temas de «gran calado» que va a ocupar mañana la segunda reunión de la mesa del Congreso tras la toma de posesión a cargo de los nuevos diputados y senadores? Pues ni más ni menos que el andar a vueltas sobre galgos o podencos a propósito de si son Inés Arrimadas y su escuálido grupo o Santiago Abascal y su medio centenar de recién llegados todavía desenvolviendo las «tablets», en un infantil cuita del «quítate que me pongo» –otra vez bronca entre las derechas para variar– sobre quienes ocupan los escaños del hemiciclo que se encuentran tras las bancadas azules del Gobierno. Todo un debate de «altura» que viene a evidenciar para mayor regocijo del PSOE de Sánchez, a quien nunca se le puso la pelota tan a pie de portería y sin guardameta, que esas derechas, ni pusieron fin a su guerra cainita llegados los comicios de noviembre, ni a tenor de los derroteros que promete el inicio de legislatura van a enterrar el hacha de manera inmediata.

Su exasperante división, con Vox todavía en plena cuesta abajo y acelerando dentro de una permanente campaña electoral, no solo ha supuesto la primera gran victoria de Sánchez en el Parlamento regalando una mayoría de dos tercios a las formaciones de izquierda en los órganos de representación y decisión del Congreso, sino que ha dejado al raso la patética realidad de una batalla por el espacio político que el señor D´Hont no parará de castigar con la actual ley electoral en la mano y que no parece tener precisamente a un elector de centro-derecha sumido en la melancolía como primer sujeto de sus prioridades.

Y llegados a este punto llega la pregunta sobre el reparto de unas responsabilidades que –por si alguien se engaña– siempre acaban pasando tarde o temprano su factura en esto de la política. Ciudadanos ya pagó con creces sus errores concentrados en la obsesión de un imposible como era fagocitar al PP, el desprecio permanente a Vox y la negativa a una fórmula «España Suma» que, con independencia de haber llegado o no al gobierno sí habría resultado ganadora en las elecciones y por lo tanto hoy estaríamos hablando sencillamente de otra cosa. También puede que el PP tenga su cuota de responsabilidad no abanderando desde el minuto uno –y se le coja o no el teléfono desde Moncloa– un más nítido ofrecimiento de salvación nacional que Sánchez nunca habría aceptado pero que le dejaría en evidencia junto a sus socios anticonstitucionalistas a ojos de los españoles. Pero sobre todo lo más sangrante es la «pinza» a la que los «patriotas» de Vox se prestaron junto al PSOE a la hora de conformar la mesa del Congreso dejando tocada la presencia del centro-derecha, toda una tarjeta de visita de permanente tacticismo electoralista que evidencia algo mucho más preocupante como es la incapacidad para asumir que 52 escaños obligan a algo más que las actitudes infantiloides de un partido residual y que el interés nacional está por encima de la recogida de nueces bajo el convulso nogal. Desfilaba mejor el ejército de Pancho Villa.