Opinión

Tres mosqueteros

Los españoles acumulamos unos cuantos pecados pero no sé si merecemos soportar tanto. En apenas tres días el menú de declaraciones estupefacientes acumula nuevas muescas. Contemplen a Miquel Iceta, bailongo al ritmo zumbón de las oligarquías separatistas, reconcentrado enemigo de la nación de ciudadanos, que encuentra medievales tribus culturales e identidades lingüísticas predemocráticas con la facilidad del niño aquel de ojos pasmados para topar muertos por el pasillo. Sin apenas tiempo para la digestión llega un Antonio Maestre y escribe que Otegi y los secuestros y asesinatos mal, muy mal, aunque peor, no hay colooor, la retórica voxiventilada de un nacionalista (y hasta donde sabemos también constitucionalista) como Abascal. Lo tiene escrito Mikel Arteta: las insuficiencias de las mayorías requieren que los escribas al servicio del príncipe intercambien los papeles para colocar a la víctima en el lugar del verdugo y viceversa. Sin piruetas así resultaría ligeramente intragable morrearse con quienes ayer no más tiroteaban concejales y despedazaban niños. Pero la vida es cara, el alquiler no digamos y hay días en los que al mejor cronista le toca lamer las charoladas botas de un sonriente torturador y/o abrillantar a lengüetazos el orto de un carnicero. A punto de vomitar, estragado el paladar de sangre seca, cegada la mirada por el indecoroso planear de tanto servil enjabonador de variados fascistas, fue el turno de un imperial Rafael Ribó. Comunista reciclado en nacionalista, nacionalista mutado en secesionista, mayordomo para todo lo que ordene el señorito, señorito con el de abajo y humillado con el amo, látigo de funcionarios leales a la Constitución, empeñado no hace tanto, lo escribió en su momento mi admirado Alejandro Molina, en investigar a la Junta Electoral porque no permitía que los ayuntamientos amanezcan en días de comicios cubiertos de lacitos. Ribó, gran viajero, solo y sobre todo acompañado, sostiene ahora que la sanidad en Cataluña va como va porque los piojosos de Badajoz o Soria acuden a sus modernísimos hospitales a operarse las amígdalas o trasplantarse el hígado. Pero qué morro tienes, Ribó, darling, cuando bien sabes que la sanidad de las autonomía correspondiente pagará lo que toque a la catalana. Tanto leer a Montalbán y tanto soplar en Bocaccio para acabar unos y otros de felpudo portátil de unos conjurados contra la libertad, la igualdad y, last but not least, la decencia, la moralidad y hasta la compostura. Julio Valdeón