Opinión
Aquella Casa Cuartel
Esta semana se ha cumplido el trigésimo segundo aniversario del atentado contra la Casa cuartel de Zaragoza. Allí murieron once personas –entre ellas varios niños– y otras ochenta y ocho resultaron heridas sufriendo incluso mutilaciones. La matanza –que tuvo lugar seis meses después de que ETA asesinara a veintiuna personas en el atentado de Hipercor en Barcelona– segó la vida de José Pino Arriero, sargento de la Guardia Civil, María Carmen Fernández Muñoz, esposa del anterior, Silvia Pino Fernández, de 7 años de edad e hija de los anteriores, José Ballarín Gavá, cabo de la Guardia Civil, Silvia Ballarín Gay, de 6 años e hija del anterior, Emilio Capilla Tocado, guardia civil, Mª Dolores Franco Muñoz, esposa de Emilio Capilla, Rocío Capilla Franco, de 12 años e hija de los dos anteriores, Miriam Barrera Alcaraz, de 3 años, Esther Barrera Alcaraz, hermana gemela de la anterior y Ángel Alcaraz Martos, de 17 años. Visto con esa perspectiva, el panorama da escalofríos. El responsable máximo del crimen, Josu Ternera, fue juzgado en España y en el año 2008, se anunció que padecía un cáncer terminal y se vio injustamente beneficiado. Al final, el asesino actuó como representante de ETA ante emisarios del gobierno de ZP y, en la actualidad, se encuentra vivo, en libertad y en paradero presuntamente desconocido. El cáncer terminal, al parecer, fue mal diagnosticado. Siendo presidente del gobierno Mariano
Rajoy, de la conmemoración del atentado fueron excluidos de manera expresa Francisco José Alcaraz y sus parientes que perdieron a varios miembros de su familia –incluidas dos niñas– en la matanza perpetrada por ETA. Este año se ha optado por un silencio casi total en casi todas partes. No es raro porque una franquicia de ETA puede ser esencial para que Pedro Sánchez siga siendo presidente del gobierno. Hoy, causa inmenso pesar y dolor contemplar la impunidad de los etarras, los salarios que cobran en las instituciones gracias al dinero que la Agencia tributaria exprime a los contribuyentes o la visibilidad inmunda de personas como el terrorista Arnaldo Otegui que indica en público cómo ha de realizarse la vida política de España y que recibe el aplauso de la izquierda y de los nacionalistas. A más de treinta años de distancia yo habría deseado para todas las víctimas del terrorismo memoria, dignidad y justicia. Lo que contemplo es amnesia, indignidad e injusticia.
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