Opinión

El sueño de todo separatista

El precio que 47 millones de españoles estamos ya empezando a pagar para que se diligencie la investidura de Sánchez y en consecuencia haya gobierno –que no estabilidad política– probablemente sea todavía de saldo comparado con la factura que acecha, una vez que comiencen a cursarse las primeras «letras» derivadas del apoyo secesionista y sobre todo a conocerse los conceptos. Cada día está más maduro el regalo de Reyes de una abstención a cargo de ERC, para sacar al actual jefe de Gobierno de una ya demasiado larga condición de interino que, de desembocar en terceras elecciones le habría calcinado políticamente. Situación que nos brinda un buen puñado de certezas y otro de incertidumbres a cada cual más inquietante y en ambos casos el sueño de todo separatista con opciones de verse cumplido. En cuanto a lo primero son ya certezas y palmarias realidades, de un lado el hecho de que la política autonómica y las cuitas estratégicas de salón en Cataluña a cargo de quienes representan a dos millones de independentistas son las que marcan el paso de toda la política nacional afectando a los 45 millones de españoles restantes. De otro, que se ha acuñado el término «conflicto político» sin especificarse en qué consiste: ¿tiene que haber un intento de golpe para que se imponga la semántica de quienes lo perpetran, por mucho que sean decisivos para una investidura? Certeza es ya también la convicción de que, para que todo el país esté tranquilo, hay que apaciguar a los secesionistas, cosa que solo puede hacerse bordeando los límites de la Constitución y haciendo saltar por los aires la solidaridad interterritorial que garantiza la vertebración nacional, como certezas son, tanto la situación en País Vasco y Navarra donde el separatismo tensa la cuerda en proporción a la debilidad del Estado poniendo en cuestión la tan cantada derrota incondicional de ETA, como el ninguneo a la Corona todavía clave de bóveda del sistema o una condición del fugado Puigdemont que, lejos de haber acabado como el ridículo presidente de Libertonia en «Sopa de ganso», modula a conveniencia desde Waterloo la presión de la caldera política. Y como estas realidades son poco cuestionables, no resulta muy complicado atisbar lo segundo, las inquietantes incertidumbres. De arranque un Estado al que, a base de golpes leves pero continuos se le corta cada vez más el oxígeno. También el inquietante escenario de una Europa que podría acabar por no mover un solo dedo en favor de uno de sus miembros asociados y síntomas no faltan como el desprecio ya mostrado a la justicia española en su labor contra el independentismo. Justicia que también podría recibir otro duro golpe si finalmente y por primera vez en la historia un condenado a 13 años de prisión por delito grave acaba abandonando la cárcel semanas después de dictarse sentencia. Certezas e incertidumbres en definitiva que, entre otras cosas, no pueden dejar al centroderecha como mero escenario de una lucha cainita por liderar la oposición, sobre todo porque –y esto es lo más inquietante– podría surgir la gran pregunta: ¿oposición de qué?