Opinión

"Le Pouvoir": El Estado profundo tiembla en Argelia

Marc Español El Cairo

Primero lograron la cancelación de una farsa electoral programada para el mes de abril. Luego la caída de un presidente que había controlado oficialmente el país durante veinte años. Le siguió la anulación de otros comicios en julio que no convencieron a nadie. Y mientras tanto, la caída en desgracia, una tras otra, de decenas de figuras afines al régimen que a estas alturas del año pasado parecían intocables –algunas con tintes de deidad.

Más recientemente ha sido la principal formación política del país, el Frente de Liberación Nacional (FLN), la que ha sido empujada a saborear la irrelevancia política tras secundar a destiempo a un candidato a la presidencia que terminaría cuarto, de un total de cinco. Una imponente maquinaria electoral ideada para arrasar, hecha añicos.

Y a pesar de todo ello, el movimiento continúa avanzando. Con el piloto automático y el depósito aparentemente lleno. Un viernes tras otro, y de un martes al siguiente. Y ya suman más de 40 consecutivos. Diez meses movilizando centenares de miles de personas por todo el país: desde el histórico bastión opositor de la Cabilia en el este, hasta las calles de Oran en el oeste, pasando por la ya emblemática plaza Grand Poste de la capital, Argel.

A estas alturas, nadie duda en calificar a este movimiento popular, el Hirak, como uno de los actores más poderosos que han florecido en Argelia desde su independencia en 1962. Y la gente es consciente de ello. Por eso sigue avanzando, con el ambicioso objetivo de enterrar el régimen militar y desmantelar la intricada red de generales, oficiales de seguridad, empresarios y políticos conocidos como La Pouvoir que controla el Estado.

“Los argelinos entendieron que, si volvían a casa, Argelia muy probablemente volvería a una situación como la de antes del 22 de febrero [el inicio de las protestas], lo que significa que […] toda oportunidad de cambio se hubiera desvanecido,” considera a LA RAZÓN, Zine Labidine, investigador argelino de la Universidad Americana de Beirut.

Para intentar aplacar al Hirak, el régimen argelino no ha ahorrado en intimidaciones, todas ellas sin éxito. Desde la clásica amenaza de volver a la llamada década negra de los noventa, en referencia a la Guerra cCvil que dejó unos 200.000 muertos por el camino, a la provocación de descender a una situación como la de Siria tras 2011. Y desde los intentos de sembrar la división alertando del separatismo de la Cabilia –de mayoría bereber– a las advertencias constantes de conspiraciones internas y externas.

Al mismo tiempo, las autoridades, con los militares abiertamente al frente, han vestido lo que mucho consideran como ajustes de cuentas y batallas de poder acaecidas en los intestinos del régimen como concesiones a los manifestantes. El ejemplo más evidente de esta estrategia ha sido la detención de decenas de personas cercanas a Bouteflika y su séquito, y la celebración de juicios exprés y duras sentencias contra algunos de ellos.

Ningún incentivo ha llegado no obstante exento de su correspondiente castigo, y mientras la cúpula militar ha asegurado en ocasiones estar del lado de los manifestantes, ha instigado también desde verano –e intensificado desde septiembre– una estratégica y calculada campaña de represión contra prominentes líderes del Hirak y otros activistas.

El movimiento popular argelino, sin embargo, se ha mantenido prácticamente impasible, para horror de un régimen perdido que va entendiendo sobre la marcha que su tradicional forma de apaciguar la contestación social fracasa y no logra dar con ninguna tecla correcta

La fuerza del Hirak

Uno de los principales atributos que ha caracterizado a este Hirak desde su irrupción en febrero ha sido su carácter escrupulosamente pacifista. Una preciada cualidad que le he permitido, por un lado, evitar concederle al régimen un pretexto para optar abiertamente por la represión y, al mismo tiempo, conseguir movilizar amplios sectores de la sociedad.

“Lo que nosotros llamamos silmiya [pacifismo] es la característica más importante del movimiento: es una garantía para frenar las excusas del régimen de usar la violencia […] y es un arma de construcción masiva [que permite] movilizar a argelinos de diferentes categorías sociales,” explica a LA RAZÓN, Raouf Farrah, miembro del movimiento político ciudadano activo en las protestas Ibtykar. “[Con el pacifismo] los argelinos le decimos al régimen que somos capaces de entendernos, con todas nuestras diferencias y obediencias políticas e ideológicas, para un mismo objetivo, que es una Argelia mejor,” agrega.

El caso más remarcable en esta línea es la holgada participación de las mujeres en las protestas, facilitada por un carácter pacífico de las movilizaciones que al mismo tiempo contribuyen a reforzar. Junto a ellas, la naturaleza transversal del Hirak también se ha proyectado a nivel generacional, de clase y territorial, dando lugar a un movimiento de auténtico carácter nacional.

Más allá de su plural composición, la persistencia del Hirak se explica por la estructura horizontal y la ausencia de dirección que ha mantenido desde el inicio, así como unos ritmos de movilización que no han resultado extenuantes. Ello no significa que no existan referentes dentro del movimiento –algunos de los cuales permanecen encarcelados– ni que no se hayan articulado multitud de colectivos por todo el país, sino que parte de un rechazo inicial a cualquier tipo de representación que pueda ser aprovechada por el régimen para reprimir o cooptar al liderazgo como había ocurrido en anteriores ocasiones.

“En este momento no es esencial [organizarse], sino lo contrario. Se trata de mantener al Hirak como un movimiento horizontal, porque el Hirak no es una organización política o un partido que quiere obtener el poder; es un movimiento revolucionario, popular, pacífico y masivo, y representa la diversidad [del país],” considera Farrah.

Esta horizontalidad del Hirak, a su turno, le permite poder evitar detallar por ahora sus exigencias en demandas concretas que el régimen podría fácilmente satisfacer de forma estratégica para contentar a determinados sectores y dividir o debilitar el movimiento.

“Ha habido un gran aprendizaje histórico,” observa Vish Sakthivel, investigadora de la Universidad de Oxford. “El régimen ha usado a menudo incentivos para cooptar o corromper a líderes opositores […] y los manifestantes creen que teniendo una sola figura al frente expone la vulnerabilidad del movimiento,” agrega, antes de notar que “los manifestantes saben lo que hacen cuando retrasan cualquier forma de formalización.”

Tal desafío supone, que el Hirak ha logrado disputarle al régimen los fundamentos sobre los que se había legitimado desde la independencia, como la defensa de la soberanía nacional. Un cuestionamiento de la misma línea de flotación de la élite dirigente que algunos analistas consideran que ya la ha erosionado lo suficiente como para impedir que pueda volver a refugiarse en ella incluso aunque consigan ganar esta batalla.

En este sentido, existen discrepancias a la hora de anticipar si una transición democrática es posible en Argelia en el contexto actual. Y en el caso de que lo fuese, nadie considera que esté cerca. Pero independientemente del desenlace final, para muchos las semillas del cambio ya se han plantado, por lo que, aunque el régimen intente dar marcha atrás, Argelia estará en cualquier caso condenada a tomar un nuevo rumbo.

“Una vez la gente se ha manifestado, ya no pueden ponerlos de vuelta a la caja,” señala a este medio Francis Ghilès, investigador sénior del centro de investigación CIDOB.

Militares en el blanco

En el punto de mira del Hirak se encuentra ya sin reserva la cúpula castrense argelina (formada por entre una y dos docenas de oficiales), que siempre se ha mantenido como el actor más poderoso del país pero que, desde el estallido de las protestas, controla sin rodeos las riendas del país.

Este enfrentamiento abierto entre el Hirak y el alto comando del Ejército amenaza la sólida legitimidad de que han gozado los militares en Argelia desde la independencia por factores históricos como la guerra de liberación nacional y su coherencia y proximidad con el pueblo. En esta línea, incluso en verano solo una minoría de manifestantes abogaban por la destitución del jefe del Ejército y verdadero hombre fuerte del país, Ahmed Gaïd Salah, quien además gozaba de un apoyo relativamente elevado entre las filas del propio Hirak, aunque con una condición nada ingenua: no intervenir en política.

Desde entonces, sin embargo, la intervención de los militares y de Gaïd Salah solo ha hecho que aumentar, dirigiendo a su gusto el poder judicial, restringiendo el margen de maniobra de la prensa y la sociedad civil, reprimiéndola de forma selectiva, nombrando cargos oficiales, o dictando públicamente a las autoridades civiles la hoja de ruta a seguir.

En esta línea, las polémicas elecciones organizadas por el régimen el 12 de diciembre (siguiendo órdenes explícitas de Gaïd Salah), fueron consideradas una farsa para restaurar la fachada civil tras la que los militares se han podido esconder tradicionalmente para ahorrarse la gestión del día a día del país sin perder la hegemonía política ni su capacidad para actuar entre bambalinas. Una operación que está lejos de convencer al Hirak.

“El sentimiento anti sistema ha aumentado profundamente con las recientes elecciones. La crisis de legitimidad ha alcanzado un nuevo punto crítico a medida que el Estado profundo y el Ejército se han convertido en el corazón del poder sin llevar una ‘máscara civil’ como antes”, nota a LA RAZÓN, Rachid Tlemçani, profesor de la Universidad de Argel

A su favor, los militares pueden contar con la mayor parte de la comunidad internacional, que, aunque ha adoptado una posición fría con el nuevo presidente argelino Abdelmadjid Tebboune –como muestra el hecho de que ningún homólogo acudió a su investidura el jueves 19 de diciembre–, se han mostrado igualmente prudentes al apoyar el Hirak. Los países árabes y otros como España, Estados Unidos, Francia, Italia y Rusia, con fuertes intereses económicos y energéticos en el país, han reconocido a pesar de todo su victoria.

Hasta qué punto podría sacudir el Hirak la cúpula del Ejército, Gaïd Salah incluido, sigue siendo una de las grandes incógnitas, dada la opacidad con la que se libran batallas internas en el seno de la élite castrense. Pero aun así, dichas disputas parecen ya un hecho y lejos de haberse terminado, como muestran los rumores difundidos tras la celebración de las elecciones del 12 de diciembre acerca del arresto de dos oficiales de alto rango del Ministerio de Defensa Nacional y del mismo jefe de gabinete de Gaïd Salah.

Un futuro incierto

La elección de Tebboune como presidente de Argelia el 12 de diciembre fue acompañada de una invitación a abrir un diálogo directo con el Hirak sobre el futuro del país. Con esta, ya han sido cuatro las veces desde la irrupción de las protestas que el régimen ha tratado de conducir al movimiento popular a elegir representantes y sentarse a negociar. Pero en esta ocasión, parece que la oferta de Tebboune ha sido bien recibida por algunos, que le ofrecen al nuevo mandatario el beneficio de la duda.

“[Tebboune] es un hombre de confianza y capaz de unir a todos los argelinos para trabajar juntos y tirar adelante,” defiende a este medio Lotfi Roumane, que en los comicios votó por Tebboune. “Necesitamos volver a la estabilidad, tratar de arreglar nuestros problemas tranquilamente y [en caso de fracasar] la calle no habrá desaparecido,” añade el joven.

Para la mayoría, sin embargo, la oferta sigue siendo rechazada frontalmente, dada la crisis de legitimidad del propio Tebboune –hijo del régimen y figura cercana a Bouteflika y a Gaïd Salah–, el estrecho margen de maniobra que se le presupone, la falta de concreciones sobre la hipotética negociación, y la ausencia de concesiones al Hirak. Para el movimiento popular, cuestiones como la liberación de los presos de consciencia, garantizar la libertad política y de prensa, y terminar con la represión y las restricciones impuestas a los manifestantes, forman medidas primordiales antes de acceder a cualquier negociación.

“El Hirak es muy claro: somos favorables a la negociación como principio, pero queremos discutir con quienes ostentan el poder, que son los militares, [y determinar] sobre qué temas negociar. Si se trata de mantener el régimen actual, no existe negociación [posible], pero si es para organizar su fin, entonces vamos a hablar,” apunta Raouf, de Ibtykar.

“El Hirak es reticente a negociar bajo las condiciones actuales con Tebboune porque le ven como parte de la vieja guardia, una continuación de la era de Bouteflika y el rostro civil de un régimen militar,” apunta la también investigadora del Foreign Policy Research Institute, Sakthivel.

Estas sospechas se han visto reforzadas porque la llamada al diálogo de Tebboune se ha producido junto con un aumento de la represión, especialmente en el oeste de Argelia, donde, tras los comicios y por primera vez, se han impedido protestas en distintas ciudades de forma simultánea y se han arrestado a centenares de personas. Aunque esta intervención ha sucedido junto a actuaciones igualmente violentas en otros lugares, ha sido interpretada por grupos del Hirak como un intento de limitar y confinar las protestas populares a la Cabilia y Argel (donde la movilización es masiva) y reforzar su posición ante una eventual negociación. Una aparente discordancia entre apelaciones al diálogo y la represión que ha abierto interrogantes sobre las intenciones del régimen.

Paralelamente a la actuación del régimen a partir de ahora, los ojos están puestos también sobre el Hirak, ya que algunos observadores consideran que la estrategia seguida hasta la fecha se ha demostrado insuficiente para forzar una transición democrática al régimen.

“El movimiento [popular] tiene que decidir entre ser una balanza de poder y una alternativa, o ser un instrumento de presión,” considera Labidine. “Si quieren ser un instrumento de presión, pueden continuar como hasta ahora; pero si quieren cambio, es solo una cuestión de tiempo para que ofrezcan alternativas a la del sistema, ya que esta no llegará a menos que se organicen, no tanto para [elegir] representación como para organizarse de tal forma que ofrezcan una hoja de ruta o alternativa viables,” continúa.

“Negociaciones coordinadas requerirían que el Hirak se organizase de forma más formal y articular un liderazgo y jerarquía discernibles: algo para lo que el ahora amorfo movimiento se muestra comprensiblemente reticente,” apunta Sakthivel. “El Hirak se enfrenta a una encrucijada: un liderazgo es necesario para negociar, pero [se debe] vacunar a este liderazgo contra la cooptación y corrupción que ello conllevaría,” sentencia