Opinión

Incomprensión lectora del nacionalismo

Sorprende que unos partidos que se han fortalecido política e institucionalmente bajo el paraguas de la Monarquía parlamentaria, pretendan que la caricatura que hacen de España sea percibida como cierta por el resto de sus compatriotas

Aunque previsible, la reacción de los partidos nacionalistas al discurso navideño de Su Majestad Don Felipe VI, bien pudiera atribuirse a un problema de falta de comprensión lectora de unos políticos incapaces de entender nada que no forme parte de su sectaria realidad. No se explica de otra forma que un presidente de la Generalitat de Cataluña, como es Joaquín Torra, considere inaudito que el Jefe del Estado apele a la Constitución, a la unidad y a la fortaleza de una nación democrática ante unos ciudadanos que aguardaban con interés las palabras del Rey, en unos momentos de inocultable preocupación por el futuro de España, no sólo sumida en una crisis política complicada, sino enfrentada de nuevo al desafío separatista catalán.

Porque, dejando a un lado la puerilidad, que se pretende ingeniosa, de algunas intervenciones, como la del diputado Gabriel Rufián, sorprende que unos partidos que se han fortalecido política e institucionalmente bajo el paraguas de la Monarquía parlamentaria y al amparo de las leyes de un país democrático, pretendan que la caricatura que hacen de España sea percibida como cierta por el resto de sus, mal que les pese, compatriotas. Es decir, por unos ciudadanos que reconocen perfectamente cuáles son las amenazas que penden sobre su convivencia y a los que Don Felipe quiso transmitir el ánimo que merece una sociedad libre, solidaria y unida. En definitiva, la confianza de que el Estado democrático prevalecerá sobre quienes quieren destruirlo.

Así, el Rey, que no eludió, aunque fuera sucintamente, ninguno de los problemas presentes, planteó un discurso que fue, en sí mismo, una reivindicación de la fortaleza de España como país y como sociedad, y un recordatorio de que sólo los españoles en su conjunto, somos los responsables y los artífices de nuestro porvenir. Que, en esencia, las dificultades que atravesamos, ni menores ni mayores que las que tuvieron que superar anteriores generaciones, se salvarán desde la unidad y la ambición de ser mejores. Que, para ello, la sociedad española cuenta con un instrumento poderoso como es la Constitución y que tan inútil es caer en la autocomplacencia como en el desaliento de una crítica autodestructiva que niega lo que hemos construido entre todos.

Lo que los nacionalistas son incapaces de aceptar es que, en las propias palabras de Don Felipe, vivimos en un Estado Social y Democrático de Derecho que asegura nuestra convivencia en libertad. Un país moderno, que garantiza las prestaciones sociales y los servicios públicos esenciales, bien equipado en infraestructuras de comunicaciones y transporte, seguro frente a la delincuencia, integrado entre las naciones más libres y prósperas del mundo. Lo logrado es fruto del esfuerzo común, pero, también, de la voluntad de entendimiento y de integrar nuestras diferencias dentro del respeto a nuestra Constitución, que reconoce la diversidad territorial que nos define y preserva la unidad que nos da fuerza. En resumen, los principios de solidaridad, igualdad y libertad que vertebran la sociedad española, pero que no podemos dar por supuestos y olvidar su fragilidad.

Sabe el Rey, y así lo expuso, que existe un deterioro de la confianza de muchos ciudadanos en las instituciones, pero que esa desconfianza no debe hacernos dudar de la solidez de nuestro Estado. Si nunca está de más inyectar un poco de optimismo cuando las cosas se complican, es mucho más necesario cuando, además, ese optimismo se sustenta en el hecho incuestionable de que hablamos de los problemas, serios, sin duda, de un gran país. De una de las pocas naciones del mundo donde arraiga la libertad en toda la extensión del término y que, no hay que dudarlo, sus ciudadanos sabrán defender.