Opinión

A propósito de una carta

Un buen amigo, un tipo de ley, reprocha por las redes sociales que unos cuantos ciudadanos hayamos redactado un manifiesto en defensa de María Elvira Roca Barea, objeto de un ataque sin precedentes en las páginas de «El País». Comentaba que Arturo Pérez Reverte también había publicado algo, muy crítico, y sin embargo ahí no respondíamos. Le contesté en las mismas redes y ahora reordeno mis pensamientos. Me parece importante. No es sólo que la carta a «El País» fuera previa a la columna del escritor. ¡Es que carecería de todo sentido publicar un manifiesto para disentir de una columna! Si uno no está de acuerdo y tiene ganas puede replicarle como hizo por ejemplo Pedro Insua, o sea, con otra columna. Pero en el caso de Elvira Roca y «El País» estamos ante un animalito distinto. Una cosa es espigar fuentes, denunciar imprecisiones, argumentar a la contra y etc., y luego marcarse una reseña, y rebatir, contraargumentar, diseccionar… Todo perfecto. Como diría Michael Corleone, sabíamos a lo que nos exponíamos cuando entramos en el oficio. La crítica va en el sueldo. El problema es que el periódico hizo pasar por noticia lo que no deja de ser una respuesta sorprendente e incluso inédita. Nada que ver, por ejemplo, con las objeciones que publicó Edgar Straehle. O con el repaso que le metió en Revista de Libros el historiador Gabriel Tortella a su colega Josep Fontana a cuenta de un ensayo. De frente, con las cartas boca arriba. Lo que hizo «El País», en cambio, fue otra cosa. Eleva a categoría de enmienda inapelable una recopilación de 14 precisiones. Hace pasar un trabajo de corte digamos que opinativo con una suerte de artículo noticioso, por aquello de adornarlo con de supuesta objetividad y aroma científico. Y miren. Uno puede celebrar la obra de un autor. Puede discrepar. Puede regalarla con labios como espadas o arrastrarla hasta las puertas del Hades. Pero lo que no tiene un pase es esto. Y, ah, aunque no estoy de acuerdo en todo lo que escribe Elvira Roca, y no podía ser de otro modo dado que ni siquiera estoy siempre de acuerdo conmigo mismo, firmo donde sea menester que ningún libro, ¡ni siquiera los suyos, siendo estupendos!, es inimpugnable. Es sólo que las formas, y el formato, importan. Y el momento, amigos, el momento. Porque esa es otra.