Opinión

La soñada UE de Puigdemont

Va a ser la guinda. Si Europa no ha parado de remolonear a la hora de apoyar al Estado español frente al desafío separatista, ya sólo nos falta que nuestra diplomacia, por obra y gracia de una investidura a cualquier precio acabe bajando los brazos frente a la propaganda «diplocat». El zarandeo al que está siendo sometido el Estado desde las instancias de instituciones europeas –no tan justificado en la interpretación de nuestra acción judicial como en los reiterados avisos a propósito del rumbo de nuestra economía– además de un síntoma, se ha convertido en toda una demostración del porqué de un euroescepticismo que, lejos de menguar amenaza con hacer saltar por los aires la esencia del propio proyecto común. Ver a un prófugo de la Justicia española como Puigdemont pasearse a sus anchas por Bélgica o Alemania antes de obtener el acta de eurodiputado y gozar ahora de un estatus a lo Mandela o Arafat en no pocos ámbitos comunitarios, no sólo demuestra una alarmante falta de sensibilidad hacia un Estado miembro víctima de todo un órdago secesionista, sino que deja al desnudo la realidad de una gigantesca maquinaria burocrática, ocupada casi exclusivamente en el obligado cumplimiento de las normativas socioeconómicas pero dando la espalda a una de las grandes esencias de su razón de ser como es la lucha contra los nacionalismos excluyentes. Esta Europa que se inhibió de manera vergonzante en el conflicto de los Balcanes es la misma que en el caso de Cataluña deja «colgado» a uno de sus principales socios aplicando una vara que solo mide garantísmos legalistas obviando a veces lo esencial. Estado recalco, porque su gobierno remar rema, pero a contracorriente. Aún así no estaría de más una mayor dosis de «pasión» a la hora de defender la integridad territorial de España. Casi bastaría con la misma vehemencia con que se fiscalizan nuestras cuentas y eso también debería suponer la exclusión de justificaciones como la que trata de liberar conciencias de Bruselas recordando con que individuos negocia un desnortado PSOE la investidura de Sánchez. Siempre ha existido una no escrita doble velocidad en la UE, la misma que contempla desde cómodos cafés de Estocolmo mientras se degusta un sándwich de salmón a estados socios fronterizos con el tercer mundo, desasistidos ante la imposibilidad de contener la avalancha de inmigración ilegal y la misma que mira con evidente desdén desde Estraburgo, Bruselas o tribunales menores de Alemania a sistemas judiciales como el español a los que se sitúa bajo sospecha, por mucho que hayan demostrado –caso del televisado juicio del «proces»– la mayor de de las solvencias. Se escandalizan por la irrupción de los Salvini, Le Pen, Orban o Abascal, pero paradójicamente son incapaces de percibir que, tras unas gafas de diseño, una corbata, un perfecto inglés y un lazo en la solapa, a veces se esconden perfectos delincuentes altamente peligrosos para la convivencia. Los mismos de los que –ya saben– depende hoy la gobernabilidad de España.