Opinión
Una postal de Año Nuevo
Lo comentaba con la magnífica Rebeca Argudo, princesa punk y prosa dinamita, todavía convaleciente de meterse en vena ese engrudo insufrible llamado ¿Qué coño está pasando?, triste documental sobre el feminismo infantiloide. Hablábamos de la dificultad de escribir nada excepto un lamento por el prestigio de nuestras instituciones mientras la Abogacía humilla al Estado y pide que el Estado excarcele a un delincuente condenado por el Estado. Comentábamos que en vísperas del Año Nuevo el cuerpo te pide artículos borrachos de clorofila, y que no hay forma. ¿Cómo hablar del retrogusto de los buenos recuerdos, cómo celebrar la luz que emplata el día, cómo cantar las encrespadas virtudes del vino con el que brindaremos esta noche o el cine de Almodóvar, Scorsese y Bong Joon Ho si las portadas son un museo de los horrores? ¿Cómo glosar, en la última mañana del año, los libros de imprescindibles como Josu de Miguel o Pablo de Lora, o los discos de Loquillo y La Bien Querida, si allá por la Audiencia Territorial de Schleswig–Holstein un grupo de jueces cabecea satisfecho ante la evidencia de que tenían razón al comparar el intento de golpe de Estado de 2017 con las protestas de principios de los ochenta contra la ampliación del aeropuerto de Frankfurt? En su opinión, los españoles debemos permitir que triunfen los golpes de Estado para después mejor juzgar a los golpistas. Total, que yo fantaseaba con dedicarles un raudo abecedario de felicitaciones, un chocolate de buenos deseos, un chupito de gloria para acallar el runrún de los demonios y dormir a los niños que sueñan con monstruos, yo quería compartir con ustedes el fuego boreal del año que remata y el níveo lienzo del que arranca, y mostrarles los peces de las profundidades, bioluminiscentes, que dibuja Max, que tiene 4 años y medio y duda entre ser oceanógrafo o medusa, cocodrilo o policía, yo esperaba recordarles lo mucho que conviene alegrarse de que en 2019 las campanas no hayan doblado por nosotros y aspiraba ingenuo a reventar un escaparate tirando de adjetivos o asustar a un notario con un lirio cortado, quería eso y quería más, y desde luego entregar una columna bienhumorada, rubia de oro fresco y whisky en vena, y no puedo, joder, entretenido como voy en despeinar la tristeza de contemplar cómo se las gasta un gobierno realmente indecente.
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