Opinión

Después de Ciudadanos

Una de las noticias más llamativas del año que acabamos de dejar atrás ha sido el auge y la caída de Ciudadanos. Habiendo alcanzado 57 diputados en abril, y siendo entonces la tercera fuerza política (a nueve del Partido Popular), se derrumbó hasta los diez en noviembre. No ha salido del todo del escenario por su presencia municipal y autonómica, y por la relevancia mediática de alguno de sus líderes. Aun así, su relevancia política nacional está amenazada y parece que aún será peor tras las próximas elecciones autonómicas en Cataluña.

Lo que el electorado no ha perdonado a Ciudadanos es haber desvirtuado el proyecto inicial. Le venía de ser la única fuerza antinacionalista catalana, lo que reducía el campo de los nacionalismos de todas clases, incluido el socialista, y le permitía, además de tratarse en pie de igualdad con los JxC y los ERC, aportar una nota original a la política nacional. Nunca lamentaremos bastante que se haya perdido esta oportunidad. Al desaparecer, ha dejado el campo abierto a la recuperación del PSC, lo que es tanto como la vuelta de la hegemonía del nacionalismo, en entredicho por algún tiempo. La desaparición de Ciudadanos ha contribuido a una paradoja: el nacionalismo, derrotado política y judicialmente después de 2017, ha salido vivo y reforzado dos años después.

De lo ocurrido se deduce una lección ya sugerida: los partidos políticos no pueden desviarse demasiado de su objetivo primero. También abre una pregunta para los partidos nacionales y constitucionalistas: cómo recuperar el terreno perdido en Cataluña. Descartada la opción catalana, que era la de Cs, se trata ahora de ofrecer desde las fuerzas nacionales una idea de España atractiva, capaz de integración, que no enfrente a Cataluña y al resto del país, y vaya formulada en términos alejados del tono apocalíptico que predomina por el momento. Tanto como de oponerse al nacionalismo, se trata de articular una propuesta que el electorado catalán vaya reconociendo como propia y que tenga al mismo tiempo la necesaria dimensión nacional (española). Y más que insistir en la diversidad, que levanta barreras, se podría poner el acento en el pluralismo, que no nos impide reconocernos en los demás. No va a ser tarea fácil, pero no queda más remedio que intentarla con la vista puesta en el medio plazo.