Opinión
Eso que llaman progreso
Eso que llaman progreso es, para empezar, una verborrea enigmática que promete lo mejor presagiando lo peor. Es, sobre todo, eufemismo, disimulo de apariencia tecnocrática, perífrasis revestida de lenguaje leguleyo, engaño porque se dice lo que no se quiere reconocer y se pronuncia lo que se quiere aparentar, como si el mensaje fuera la promesa de un destino liberador de las aspiraciones humanas. «¿Qué hay de malo en ello?», solía preguntar el adelantado Ibarretxe, tres lustros atrás, cuando presentó su infructuoso plan creyendo que la respuesta era evidente: Nada. Y sin embargo, tal veredicto no resultaba tan obvio, pues lo que se pretendía es asentar una sociedad de privilegios, como en el Antiguo Régimen, en el que éstos se fundamentaban en fueros y derechos territoriales. Los creíamos vencidos por la Revolución francesa, la misma que antepuso a su lema de «Libertad, Igualdad y Fraternidad» la proclamación de «la unidad e indivisibilidad de la República», pues sólo sobre éstas podían asentarse «los derechos comunes de todos los franceses» al abolirse, sin indemnización alguna, todos los privilegios especiales que, fundados sobre el terruño, proliferaron en la monarquía absoluta.
Es a ese régimen de prebendas y regalías al que ahora, con motivo de su investidura, vuelve Pedro Sánchez prometiendo «adecuar la estructura del Estado a las identidades territoriales» y también la «construcción de nuevos derechos y libertades para afrontar la cohesión social». En vez de proclamar la igualdad entre los españoles, como hace la Constitución, pone el énfasis en «el acuerdo entre diferentes», ocultando en una apelación al «diálogo» su aceptación de la desigualdad –que, en esencia, no es sino el reconocimiento de que vascos y catalanes, de momento, valen más que los demás, tal vez porque los votos de los partidos nacionalistas que dicen representarlos (otro eufemismo) le aseguran su poltrona–. Mientras tanto, se propone entretenernos con un intervencionismo feroz, eso sí, para defender a las «personas consumidoras» y «trabajadoras»
¡Qué paradoja la de nuestra democracia! Llegamos a ella tras cuatro décadas de autoritarismo modernizador para acabar, también cuatro decenios después, en el preludio de un retorno a lo peor de la sociedad estamental. Eso es el «gobierno progresista» que, según Sánchez, «ahora sí o sí» va a constituirse «combinando la experiencia del PSOE y la frescura de Unidas Podemos». Paradoja revestida de cursilería. ¡Qué se le va a hacer si el amaneramiento forma parte de la retórica de la ocultación! Acostumbrémonos a ello porque pronto, al revés de como hizo El Roto hace un cuarto de siglo, nos preguntaremos: «¿Cómo podéis llamar progreso a la sustitución del código de la circulación por las leyes de la caballería?».
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